La sociedad actual nos supone, en muchas ocasiones, estar más pendiente del que dirán que de nosotros mismos. Bajo mi punto de vista esto no deja de ser un grave error, pues esta situación nos lleva a un continuo vaivén que en nada favorece nuestro aprendizaje como seres humanos. En tal sentido me viene a la mente un nuevo cuento, que creo que puede ser muy ilustrativo de lo que intento transmitir.
" Era un venerable maestro. En sus ojos había un reconfortante destello de paz permanente. Sólo tenía un discípulo, al que paulatinamente iba impartiendo la enseñanza mística. El cielo se había teñido de una hermosa tonalidad de naranja-oro, cuando el maestro se dirigió al discípulo y le ordenó:
--Querido mío, mi muy querido, acercate al cementerio y, una vez allí, con toda la fuerza de tus pulmones, comienza a gritar toda clase de halagos a los muertos.
El discípulo caminó hasta un cementerio cercano. El silencio era sobrecogedor. Quebró la apacible atmósfera del lugar gritando toda clase de elogios a los muertos. Después regresó junto a su maestro.
--¿Qué te respondieron los muertos? -preguntó el maestro.
--Nada dijeron.
--En ese caso, mi muy querido amigo, vuelve al cementerio y lanza toda suerte de insultos a los muertos.
El discípulo regresó hasta el silente cementerio. A pleno pulmón, comenzó a soltar toda clase de improperios contra los muertos. Después de unos minutos, volvió junto al maestro, que le preguntó al instante:
--¿Qué te han respondido los muertos?
--De nuevo nada dijeron -repuso el discípulo.
Y el maestro concluyó:
--Así debes ser tú: indiferente, como un muerto, a los halagos y a los insultos de los otros."
Ni debemos derrumbarnos cuando alguien dirige sus criticas a nosotros, ya sea persona o acción lo que tomen como diana, ni tampoco debemos crecernos en exceso cuando se trata de halagos. El mantener la ecuanimidad en la valoración de nuestra acciones y de nosotros mismos será siempre prueba de madurez y sabiduría.
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