Relax

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martes, 29 de enero de 2013

OCUPADO

 
 
 
Una serie de pen­sa­mien­tos cru­za­ron mi ca­be­za: ami­gos que se preo­cu­pan por cosas que to­da­vía no han su­ce­di­do, co­no­ci­dos que saben lle­nar cada mi­nu­to de sus vidas con ta­reas que me pa­re­cen ab­sur­das, con­ver­sa­cio­nes sin sen­ti­do, lar­gas lla­ma­das para no decir nada im­por­tan­te. Ya he visto a mis di­rec­to­res in­ven­tan­do tra­ba­jo para jus­ti­fi­car su cargo, o a tra­ba­ja­do­res que sien­ten miedo por­que no les ha sido en­tre­ga­do nada im­por­tan­te para hacer ese día y eso puede sig­ni­fi­car que ya no son úti­les. Mi mujer que se tor­tu­ra por­que mi hijo se ha di­vor­cia­do, mi hijo que se tor­tu­ra por­que mi nieto ha sa­ca­do notas bajas en el co­le­gio, mi nieto que se muere de miedo por poner tris­te a sus pa­dres, aun­que todos se­pa­mos que esas notas no son tan im­por­tan­tes…
Me in­ter­né en una larga y di­fí­cil lucha con­mi­go mismo para no le­van­tar­me de allí. Poco a poco, la an­sie­dad fue dando paso a la con­tem­pla­ción, y em­pe­cé a es­cu­char mi alma, o in­tui­ción, o emo­cio­nes pri­mi­ti­vas, según en lo que crea usted. Sea lo que sea, esa parte de mí es­ta­ba an­sio­sa por ha­blar, pero siem­pre estoy ocu­pa­do.
                                                                             La Bruja de Portobello
                                                                             P. Coelho
 
 

sábado, 19 de enero de 2013

EQUIVOCARSE




El fi­ló­so­fo ale­mán Nietzs­che dijo en una oca­sión: «No vale la pena vivir dis­cu­tien­do sobre todo; forma parte de la con­di­ción hu­ma­na errar de vez en cuan­do».

Hay gente que se ase­gu­ra mucho de estar en lo cier­to en los más pe­que­ños de­ta­lles. No­so­tros mis­mos, mu­chas veces, no nos per­mi­ti­mos equi­vo­car­nos.

Lo que con­se­gui­mos con esta ac­ti­tud es el pavor a se­guir ade­lan­te.

El miedo a equi­vo­car­nos es la puer­ta que nos en­cie­rra en el cas­ti­llo de la me­dio­cri­dad. Si con­se­gui­mos ven­cer este miedo, es­ta­mos dando un paso im­por­tan­te hacia nues­tra li­ber­tad.


domingo, 13 de enero de 2013

MEMORIA





Un viejo sabio chino ca­mi­na­ba por un campo de nieve cuan­do vio a una mujer llo­ran­do.

—¿Por qué llo­ras? —pre­gun­tó él.

—Por­que me acuer­do del pa­sa­do, de mi ju­ven­tud, de la be­lle­za que veía en el es­pe­jo, de los hom­bres que amé. Dios fue cruel con­mi­go por­que me dio me­mo­ria. Él sabía que yo re­cor­da­ría la pri­ma­ve­ra de mi vida, y que llo­ra­ría.

El sabio con­tem­pló el campo de nieve, con la mi­ra­da fija en un punto. En un de­ter­mi­na­do mo­men­to, la mujer paró de llo­rar.

—¿Qué estás mi­ran­do? —pre­gun­tó.

—Un campo de rosas —dijo el sabio—. Dios fue ge­ne­ro­so con­mi­go por­que me dio me­mo­ria. Él sabía que, en el in­vierno, yo siem­pre po­dría re­cor­dar la pri­ma­ve­ra y son­reír.


viernes, 11 de enero de 2013

FELICIDAD y TRISTEZA






Una le­yen­da aus­tra­lia­na cuen­ta la his­to­ria de un he­chi­ce­ro que pa­sea­ba con sus tres her­ma­nas cuan­do se les acer­có el más fa­mo­so gue­rre­ro de aque­llos tiem­pos.

—Quie­ro ca­sar­me con una de estas tres be­llas don­ce­llas —dijo.

—Si una de ellas se casa, las otras su­fri­rán. Busco una tribu en la que los gue­rre­ros pue­dan tener tres mu­je­res —res­pon­dió el he­chi­ce­ro, apar­tán­do­se.

Du­ran­te tres años, ca­mi­nó por el con­ti­nen­te aus­tra­liano, sin con­se­guir en­con­trar tal tribu.

—Por lo menos una de no­so­tras po­dría haber sido feliz —dijo una de las her­ma­nas, cuan­do ya es­ta­ban vie­jos y can­sa­dos de tanto andar.

—Es­ta­ba equi­vo­ca­do —res­pon­dió el he­chi­ce­ro—. Pero ahora ya es tarde.

Y trans­for­mó a las tres her­ma­nas en blo­ques de pie­dra, para que quien por allí pa­sa­se pu­die­se en­ten­der que la fe­li­ci­dad de uno no sig­ni­fi­ca la tris­te­za de otros.


jueves, 10 de enero de 2013

EL TESTAMENTO

 
 
El pia­nis­ta Artur Ru­bins­tein se re­tra­só para la co­mi­da en un im­por­tan­te res­tau­ran­te de Nueva York. Sus ami­gos em­pe­za­ron a preo­cu­par­se, pero Ru­bins­tein fi­nal­men­te apa­re­ció, acom­pa­ña­do de una rubia es­pec­ta­cu­lar a la que do­bla­ba la edad.
Aun­que co­no­ci­do por su ta­ca­ñe­ría, esa tarde pidió los pla­tos más caros, y los vinos más raros y so­fis­ti­ca­dos. Al final, pagó la cuen­ta con una son­ri­sa en los la­bios.
—Sé que debe de ex­tra­ña­ros —dijo Ru­bins­tein—, pero hoy fui al abo­ga­do a hacer mi tes­ta­men­to. Le dejé una buena can­ti­dad a mi hija, a mis pa­rien­tes, hice ge­ne­ro­sas donaciones a obras de ca­ri­dad. De re­pen­te, me di cuen­ta de que yo no es­ta­ba in­clui­do en mi tes­ta­men­to: ¡todo era para los demás!
»A par­tir de ese mo­men­to de­ci­dí tra­tar­me con más ge­ne­ro­si­dad».

martes, 1 de enero de 2013

LA CUCHARA





Un estudiante de zen se quejaba de que no podía meditar: sus pensamientos no se lo permitían. Habló de esto con su maestro diciéndole:

"Maestro, los pensamientos y las imágenes mentales no me dejan meditar; cuando se van unos segundos, luego vuelven con más fuerza. No puedo meditar. No me dejan en paz".

El maestro le dijo que esto dependía de él mismo y que dejara de cavilar. No obstante, el estudiante seguía lamentándose de que los pensamientos no le dejaban en paz y que su mente estaba confusa. Cada vez que intentaba concentrarse, todo un tren de pensamientos y reflexiones, a menudo inútiles y triviales, irrumpían en su cabeza.

El maestro entonces le dijo:

"Bien. Aferra esa cuchara y tenla en tu mano. Ahora siéntate y medita".

El discípulo obedeció.

Al cabo de un rato el maestro le ordenó:

"¡Deja la cuchara!".

El alumno así hizo y la cuchara cayó obviamente al suelo. Miró a su maestro con estupor y éste le preguntó:

"Entonces, ahora dime quién agarraba a quién, ¿tú a la cuchara, o la cuchara a ti?.