Relax

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lunes, 28 de febrero de 2011

OIR


Un rey mandó a su hijo a estudiar a un templo de un gran maestro
con el objetivo de prepararlo para que sea una gran persona.

Cuando el príncipe llegó al templo, el maestro lo mandó sólo hacia el bosque.
El tendría que regresar un año después, con la tarea de describir
todos los sonidos del bosque.

Cuando el príncipe regresó al templo al cabo de un año,
el maestro le pidió que describiera todos los sonidos que había podido
oír.

Entonces dijo el príncipe:

"Maestro, pude oír el canto de los pájaros, el ruido de las hojas,
el revoloteo de los picaflores, la brisa acariciando las hierbas,
el zumbido de las abejas, el sonido del viento surcando los cielos".

Y al terminar su relato, el maestro le pidió que regresara al bosque
para oír más, todo lo que fuera posible.

Intrigado, el príncipe obedeció la orden del maestro, pensando:
"No entiendo, yo ya distinguí todos los sonidos del bosque..."

Pasó días y noches enteras en soledad oyendo, oyendo, oyendo..
pero no consiguió distinguir nada nuevo,
además de aquello que le había dicho al maestro.

Sin embargo, una mañana, comenzó a distinguir sonidos vagos,
diferentes a todo lo que había oído antes.

Y cuanta más atención prestaba, los sonidos se volvían más claros.
Una sensación de encanto envolvió al muchacho.

Pensó: "Esos deben ser los sonidos que el maestro quería que oyera..."
Y sin prisa, permaneció allí oyendo y oyendo, pacientemente.

Quería estar seguro de que estaba en el camino correcto.
Cuando volvió al templo, el maestro le preguntó qué más había podido oír.
Paciente y respetuosamente el príncipe le dijo:

"Maestro, cuando presté atención pude oír
el inaudible sonido de las flores abriéndose,
el sonido del sol saliendo y calentando la tierra
y el de las hierbas bebiendo el rocío de la noche..."

El maestro sonriendo, asintió con la cabeza en señal de aprobación, y dijo:

"Oír lo inaudible es tener la calma necesaria para convertirse
en una gran persona".

sábado, 26 de febrero de 2011

GALLETITAS






A una estación de trenes llega una tarde, una señora muy elegante. En la ventanilla le informan que el tren está retrasado y que tardará aproximadamente una hora en llegar a la estación.

Un poco fastidiada, la señora va al puesto de diarios y compra una revista, luego pasa al kiosco y compra un paquete de galletitas y una lata de gaseosa.

Preparada para la forzosa espera, se sienta en uno de los largos bancos del andén. Mientras hojea la revista, un joven se sienta a su lado y comienza a leer un diario.

Imprevistamente la señora ve, por el rabillo del ojo, cómo el muchacho, sin decir una palabra, estira la mano, agarra el paquete de galletitas, lo abre y después de sacar una comienza a comérsela despreocupadamente.

La mujer está indignada. No está dispuesta a ser grosera, pero tampoco a hacer de cuenta que nada ha pasado; así que, con gesto ampuloso, toma el paquete y saca una galletita que exhibe frente al joven y se la come mirándolo fijamente.

Por toda respuesta, el joven sonríe... y toma otra galletita.

La señora gime un poco, toma una nueva galletita y, con ostensibles señales de fastidio, se la come sosteniendo otra vez la mirada en el muchacho.

El diálogo de miradas y sonrisas continúa entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada, el muchacho cada vez más divertido.

Finalmente, la señora se da cuenta de que en el paquete queda sólo la última galletita. " No podrá ser tan caradura", piensa, y se queda como congelada mirando alternativamente al joven y a las galletitas.

Con calma, el muchacho alarga la mano, toma la última galletita y, con mucha suavidad, la corta exactamente por la mitad. Con su sonrisa más amorosa le ofrece media a la señora.

- Gracias! - dice la mujer tomando con rudeza la media galletita.

- De nada - contesta el joven sonriendo angelical mientras come su mitad.

El tren llega.

Furiosa, la señora se levanta con sus cosas y sube al tren. Al arrancar, desde el vagón ve al muchacho todavía sentado en el banco del andén y piensa: " Insolente".Siente la boca reseca de ira. Abre la cartera para sacar la lata de gaseosa y se sorprende al encontrar, cerrado, su paquete de galletitas... ¡ Intacto!

Jorge Bucay

miércoles, 23 de febrero de 2011

LA HORMIGA QUE SE ENAMORO DE LA LUNA



Existió una vez una hormiga que se dispuso a cambiar el mundo. El motivo de esta gran empresa era su amor por la luna. Nunca voy a olvidar esta tarde, ella estaba allí, sentada en la palma de mi mano contándome de su aventura. Lo relataba como si fuese algo tan sencillo como ir y recolectar pedacitos de hojas para su hormiguero. Era una de esas hormigas negras que tan bien conocemos en la Argentina. Aquellas tardes en que íbamos de paseo con mi familia a la Laguna de los Padres en Mar del Plata, las veía pasar al lado mío formando esos caminitos bien marcados a través del pasto. Pero ella fue diferente y aquí cuento su historia.
Era una tarde de primavera por el mes de Noviembre, ella junto con sus compañeros y compañeras (cabe destacar que ella es en realidad él) venían de recolectar hojas las cuales llevaban hacia su hormiguero cuando la vio por primera vez. Era grande, redonda y muy brillante. Se asomaba en el horizonte con un color dorado medio anaranjado intenso. Sin darse cuenta soltó su carga y se quedó hechizado mirándola ascender por el cielo nocturno. Ese fue su primer contacto con ella. Así, noche tras noche la miraba salir del horizonte o aparecer en el cielo en todas sus formas. Esto no pasó inadvertido ante su colonia, todas se burlaban de él y hasta lo trataban de holgazán. Con las lluvias del verano se había formado un pequeño charquito en el suelo y allí mientras la luna se reflejaba la hormiga decía que la tenía solo para él.
Una mañanas y sin previo aviso él desapareció junto con todo su hormiguero. La confusión era enorme y nadie sabía lo que estaba sucediendo. Su contorno cambió totalmente, ahora estaban en una especie de recipiente siendo transportadas quien sabe a dónde. Esto duró varios días, mientras tanto todo era un caos. Nadie podía salir a trabajar y él no podía ver a su preciada luna.
En este momento de la historia, mientras me la contaba, se le llenó los ojos de lágrimas. Nunca creí que un insecto se emocionase. Luego de una pausa continuó su relato.
Tras varios días de encierro, turbulencias y ruidos extraños pudieron ver el exterior. No las habían liberado solamente las habían cambiado de lugar. Sus paredes eran transparentes, había algo de vegetación pero era muy poca. Fuera de su hormiguero veían a personas “flotando” dentro de un espacio reducido. Y por una ventanilla pudieron ver una esfera blanca a la cual se iban acercando. ¡Es la luna!-gritó él enloquecido- ¡es la luna! ¡Nos llevan a la luna!
Otra pausa mas, yo la miraba ya con desconfianza; sentía que me estaba haciendo el cuento. ¿Cuándo una hormiga fue a la luna? Pero la dejé continuar con su historia.
Luego de que la nave aterrizara en el suelo lunar, tomaron el recipiente que llevaba a las hormigas y las dejaron allí. Alrededor de este construyeron una especie de cápsula. Adentro pusieron agua, tierra negra y mucho pasto, algunas plantas y semillas. Luego trasladaron su hormiguero allí dentro y se fueron. Estuvieron en aquel lugar durante muchos días. Era difícil volver a la normalidad, casi no había gravedad por lo tanto era normal ver alguna hormiga flotando por los aires. Pero poco a poco todo se fue normalizando aunque no podían salir de esa cápsula. El suelo lunar era muy tramposo y casi imposible hacer algo en el. Pero esta hormiguita estaba fascinada, corría para todos lados levantando la tierra de la luna a los gritos.
¡La tengo, la tengo, al fin es mía! –gritaba él como loco por todo el hormiguero. Por miedo a que contagiase a otras la reina lo desterró hacia un sector que era totalmente lunar. Esto fue estar en el paraíso para El.
Al cabo de un tiempo volvieron por ellas, las estudiaron durante un tiempo y después regresaron a algunas a su lugar.
El me contó que se escapó porque llamaba mucho la atención de estas personas ya que era la hormiga que más se adaptó a ese lugar.
Lo que pude llegar a decirle es que era una gran historia, aunque dudaba de su veracidad. Pero ella me mostró un pedacito de roca blanca, “esta –me decía el- es un pedacito de la luna. Fueron los días más felices de mi vida, pude ir a visitar a mi gran amor”. Quedé en silencio por unos instantes, obviamente esta hormiga no estaba muy cuerda ya que nadie se enamora de un ser abiótico o sin vida. Pero sí me llamó profundamente la atención en cómo un sueño, un deseo tan loco e inverosímil se pudo hacer realidad. Desde aquella tarde comencé a creer que los míos también se podrían concretar.