Ignorancia e inocencia tienen una similitud, pero no son lo mismo. La ignorancia es también un estado de no saber, igual que la inocencia. Pero también hay una gran diferencia y hasta ahora la Humanidad entera la ha ignorado.
La inocencia no es erudita; pero tampoco tiene el deseo de serlo. Está absolutamente satisfecha, realizada.
Un niño pequeño no tiene ambiciones, no tiene deseos. ¡Está tan absorto en el momento! Un pájaro volando captura su atención por completo; una simple mariposa con sus preciosos colores y él está encantado; el arco iris en el cielo y no puede concebir que pueda haber algo más significativo, más rico que este arco iris. Y la noche llena de estrellas, estrellas más allá de las estrellas…
La inocencia es rica, es plena, es pura. La ignorancia es pobre, es un mendigo: quiere esto, quiere aquello, quiere ser erudita, quiere ser respetable, quiere ser rica, quiere ser poderosa. La ignorancia se mueve en el camino del deseo.
La inocencia es un estado sin deseos. Pero como ambas carecen de conocimiento, seguimos confundidos con respecto a su naturaleza. Hemos dado por sentado que son una misma cosa. El primer paso en el arte de vivir será crear una línea divisoria entre la ignorancia y la inocencia. La inocencia debe ser apoyada, protegida, porque el niño ha traído con él el más grande de los tesoros, el tesoro que los sabios encuentran después de un arduo esfuerzo. Los sabios han dicho que se han vuelto niños otra vez, que han renacido.
Sé de nuevo simple; sé de nuevo un niño.
Osho.
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