Relax

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viernes, 24 de diciembre de 2010

ARCOIRIS

Cuentan que hace mucho tiempo los colores empezaron a pelearse. Cada uno proclamaba que él era el más importante, el más útil, el favorito.

El verde dijo: “Sin duda, yo soy el más importante. Soy el signo de la vida y la esperanza. Me han escogido para la hierba, los árboles, las hojas. Sin mí todos los animales morirían. Mirad alrededor y veréis que estoy en la mayoría de las cosas”.

El azul interrumpió: “Tú sólo piensas en la tierra, pero considera el cielo y el mar. El agua es la base de la Vida y son las nubes las que la absorben del mar azul. El cielo da espacio, y paz y serenidad. Sin mi paz no seríais más que aficionados.

El amarillo soltó una risita: “¡Vosotros sois tan serios! Yo traigo al mundo risas, alegría y calor. El sol es amarillo, la luna es amarilla, las estrellas son amarillas. Cada vez que miráis a un girasol, el mundo entero comienza a sonreír. Sin mí no habría alegría”.

A continuación tornó la palabra el naranja: “Yo soy el color de la salud y de la fuerza. Puedo ser poco frecuente pero soy precioso para las necesidades internas de la vida humana. Yo transporto las vitaminas más importantes. Pensad en las zanahorias, las calabazas, las naranjas, los mangos y papayas. No estoy, todo el tiempo dando vueltas, pero cuando coloreo el cielo en el amanecer o en el crepúsculo mi belleza es tan impresionante que nadie piensa en vosotros”.

El rojo no podía contenerse por más tiempo y saltó: “yo soy el color del valor y del peligro. Estoy dispuesto a luchar por una causa. Traigo fuego a la sangre. Sin mí la tierra estaría vacía como la luna. Soy el color de la pasión y del amor; de la rosa roja, la flor de pascua y la amapola”.

El púrpura enrojeció con toda su fuerza. Era muy alto y habló con gran pompa: “Soy el color de la realiza y del poder. Reyes, jefes de Estado, obispos, me han escogido siempre, porque el signo de la autoridad y de la sabiduría. La gente no me cuestiona; me escucha y me obedece”.

El añil habló mucho más tranquilamente que los otros, pero con igual determinación: “Pensad en mí. Soy el color del silencio. Raramente repararéis en mí, pero sin mí todos seríais superficiales. Represento el pensamiento y la reflexión, el crepúsculo y las aguas profundas. Me necesitáis para el equilibrio y el contraste, la oración y la paz interior.

Así fue cómo los colores estuvieron presumiendo, cada uno convencido de que él era el mejor. Su querella se hizo más y más ruidosa. De repente, apareció un resplandor de luz blanca y brillante. Había relámpagos que retumbaban con estrépito. La lluvia empezó a caer a cántaros, implacablemente. Los colores comenzaron a acurrucarse con miedo, acercándose unos a otros buscando protección.

La lluvia habló: “Estáis locos, colores, luchando contra vosotros mismos, intentando cada uno dominar al resto. ¿No sabéis que Dios os ha hecho a todos? Cada uno para un objetivo especial, único, diferente. Él os amó a todos. Juntad vuestras manos y venid conmigo”.

Dios quiere extenderos a través del mundo en un gran arco de color, como recuerdo de que os ama a todos, de que podéis vivir juntos en paz, como promesa de que está con vosotros, como señal de esperanza para el mañana”. Y así fue como Dios usó la lluvia para lavar el mundo. Y puso el arco iris en el cielo para que, cuando lo veáis, os acordéis de que tenéis que teneros en cuenta unos a otros.

sábado, 11 de diciembre de 2010

ESENCIA


Un rey fue hasta su jardín y descubrió que sus árboles, arbustos y flores se estaban muriendo. El Roble le dijo que se moría porque no podía ser tan alto como el Pino. Volviéndose al Pino, lo halló caído porque no podía dar uvas como la Vid. Y la Vid se moría porque no podía florecer como la Rosa. La Rosa lloraba porque no podía ser alta y sólida como el Roble. Entonces encontró una planta, una fresia, floreciendo y más fresca que nunca. El rey preguntó: ¿Cómo es que creces saludable en medio de este jardín mustio y sombrío? No lo sé. Quizás sea porque siempre supuse que cuando me plantaste, querías fresias. Si hubieras querido un Roble o una Rosa, los habrías plantado. En aquel momento me dije: "Intentaré ser Fresia de la mejor manera que pueda". Ahora es tu turno. Estás aquí para contribuir con tu fragancia. Simplemente mirate a ti mismo. No hay posibilidad de que seas otra persona. Podes disfrutarlo y florecer regado con tu propio amor por ti, o puedes marchitarte en tu propia condena...

martes, 7 de diciembre de 2010

EL OSO

Esta historia habla de un sastre, un zar y su oso.
Un día el zar descubrió que uno de los botones de su chaqueta preferida se
había caído.
El zar era caprichoso, autoritario y cruel (cruel como todos los que enmarañan
por demasiado tiempo en el poder), así que, furioso por la ausencia del botón
mandó a buscar a su sastre y ordenó que a la mañana siguiente fuera
decapitado por el hacha del verdugo.
Nadie contradecía al emperador de todas la Rusias, así que la guardia fue
hasta la casa del sastre y arrancándolo de entre los brazos de su familia lo
llevó a la mazmorra del palacio para esperar allí su muerte.
Cuando, cayo el sol un guardiacárcel le llevó al sastre la última cena, el sastre
revolvió el plato de comida con la cuchara y mirando al guardiacárcel dijo –
Pobre del zar.
- El guardiacárcel no puedo evitar reírse - ¿Pobre del zar?, dijo pobre de ti tu
cabeza quedará separada de tu cuerpo unos cuantos metros mañana a la
mañana.
- Si, lo sé pero mañana en la mañana el zar perderá mucho más que un
sastre, el zar perderá la posibilidad de que su oso la cosa que más quiere en
el mundo su propio oso aprenda a hablar.
- ¿Tú sabes enseñarle a hablar a los osos?, preguntó el guardiacárcel
sorprendido.
- Un viejo secreto familiar... – dijo el sastre.
Deseoso de ganarse los favores del zar, el pobre guardia corrió a contarle al
soberano su descubrimiento:
¡¡El sastre sabía enseñarle a hablar a los osos!!
El zar se sintió encantado. Mandó rápidamente a buscar al sastre y le ordenó:
-¡¡Enséñale a mi oso a hablar nuestro gustaría complaceros pero la verdad, es
que enseñar a hablar a un oso es una ardua tarea y lleva tiempo... y
lamentablemente, tiempo es lo que menos tengo...
-El zar hizo un silencio, y preguntó ¿cuánto tiempo llevaría el aprendizaje?
- Bueno, depende de la inteligencia del oso... Dijo el sastre.
- ¡¡El oso es muy inteligente!! – interrumpió el zar
– De hecho es el oso más inteligente de todos los osos de Rusia.
-Bueno, musitó el sastre... si el oso es inteligente... y siente deseos de
aprender... yo creo... que el aprendizaje duraría... duraría... no menos de......
DOS AÑOS.
El zar pensó un momento y luego ordenó:
- Bien, tu pena será suspendida por dos años, mientras tanto tú entrenarás al
oso. ¡Mañana empezarás!
- Alteza - dijo el sastre – Si tu mandas al verdugo a ocuparse de mi cabeza,
mañana estarán muerto, y mi familia, se las ingeniará para poder sobrevivir.
Pero si me conmutas la pena, yo tendré que dedicarle el tiempo a trabajar, no
podré dedicarme a tu oso... debo mantener a mi familia.
- Eso no es problema – dijo el zar – A partir de hoy y durante dos años tú y tu
familia estarán bajo la protección real. Serán vestidos, alimentados y educados
con el dinero de la corte y nada que necesiten o deseen, les será negado...
Pero, eso sí... Si dentro de dos años el oso no habla... te arrepentirás de haber
pensado en esta propuesta... Rogarás haber sido muerto por el verdugo...
¿Entiendes, verdad?.
- Sí, alteza.
- Bien... ¡¡Guardias!! - gritó el zar –Que lleven al sastre a su casa en el
carruaje de la corte, denle dos bolsas de oro, comida y regalos para sus niños.
Ya... ¡¡Fuera!!.
El sastre en reverencia y caminando hacia atrás, comenzó a retirarse mientras
musitaba agradecimientos.
- No olvides - le dijo el zar apuntándolo con el dedo a la frente – Si en dos
años el oso no habla... – Alteza... -
...Cuando todos en la casa del sastre lloraban por la pérdida del padre de
familia, el hombre pequeño apareció en la casa en el carruaje del zar,
sonriente, eufórico y con regalos para todos.
La esposa del sastre no cabía en su asombro. Su marido que pocas horas antes
había sido llevado al cadalso volvía ahora, exitoso, acaudalado y exultante...
Cuando estuvo a solas el hombre le contó los hechos.
- Estás LOCO – chilló la mujer – enseñar a hablar al oso del zar. Tú, que ni
siquiera has visto un oso de cerca, ¡Estás, loco!
Enseñar a hablar al oso... Loco, estás loco...
- Calma mujer, calma. Mira, me iban a cortar la cabeza mañana al amanecer,
ahora... ahora tengo dos años... En dos años pueden pasar tantas cosas en
dos años.
En dos años... – siguió el sastre - se puede morir el zar... me puedo morir
yo... y lo más importante... por ahí el ¡¡oso habla!!

viernes, 29 de octubre de 2010

La dicha


Cuenta una antigua leyenda que un anciano sabio vivía en las afueras de una pequeña ciudad de provincia. El hombre era muy conocido no sólo por su sabiduría, sino también por su buena suerte.

En la misma ciudad vivía también un joven que, aunque fundamentalmente honesto, estaba constantemente en pos de la suerte, la fama y la riqueza. Sin embargo, pese a todos sus esfuerzos, la "diosa vendada" no quería sonreírle. El joven ya no sabía qué más hacer y estaba al borde de la depresión, cuando se le ocurrió ir a ver al sabio para pedirle cuál fuera el secreto de su éxito. En efecto, todo lo que precisaba, el sabio lo tenía. Y todo lo que emprendía le salía redondo. No le faltaba ni hogar ni comida ni ropa. La gente le amaba, respetaba y veneraba. No carecía de riqueza espiritual, pero tampoco de medios materiales.

Aquel día el joven se levantó muy pronto para evitar las colas interminables de personas que iban a pedirle consejo al anciano. Se vistió con sus mejores vestidos, se arregló y llegó a la morada del sabio de buen hora. Llamó al portal. El sabio le abrió y, amablemente, le recibió en su casa. Una vez terminadas las presentaciones formales, el joven fue directamente al grano y dijo:

- La razón de mi visita es sencilla: querría saber tu secreto para vivir tan holgadamente. Verás, he notado que no te falta nada, mientras a mi me falta todo, y esto es a pesar de mis esfuerzos y buena voluntad. También he notado que mucha gente posee bienes materiales, pero son infelices. En cambio a ti no te falta tampoco la felicidad. Dime, ¿cuál es tu secreto?

El sabio le miró interesado y sonrió diciéndole:

- Mi respuesta también es sencilla: el secreto de mi buena suerte es que yo robo...

- ¡ Lo sabía ! -exclamó el joven- habría tenido que deducirlo yo mismo. ¡ Eso era el secreto !.

- ¡ Espera ! Todavía no he acabado -dijo el anciano-, pero el joven ya había salido corriendo y exultando. El santo intentó darle alcance pero no pudo, por lo que regresó imperturbable y calmadamente a su casa.

Tras la visita al sabio, la vida del joven cambió radicalmente: empezó a robar aquí y allá, a revender las cosas sustraídas a los demás y a enriquecerse. Cometía toda clase de hurtos: robaba animales, cosas, dinero e incluso entraba a robar a casas. La fortuna parecía haber empezado a sonreírle, cuando fue capturado por las autoridades. Fue procesado por numerosos delitos y condenado a cinco años de dura cárcel. Durante su estancia en la prisión tuvo tiempo de meditar y llegar a una conclusión. Según sus deducciones, el anciano se había befado de él, y más idiota había sido él mismo por seguir tan necio consejo. Se prometió que una vez salido de ahí, volvería a ver al anciano para darle su merecido.

Los años pasaron y el joven fue puesto en libertad tras pagar su deuda con la sociedad. Nada más estar libre otra vez, ni siquiera pasó por su casa, sino que se fue directamente a la residencia del sabio. Tras llamar impacientemente a la puerta, el sabio abrió.

- Ah, eres tú -le dijo-.

- Sí, soy yo y he venido para decirte lo inútil que res, viejo tonto. ¿Sabías que gracias a tu consejo me he pasado los últimos cinco años de mi vida en la cárcel? Si todos los consejos que das son así, menudos imbéciles que tenemos que ser los que te escuchamos.

El anciano le escuchaba con paciencia, y cuando la rabia del joven remetió, así le contestó:

- Comprendo tu rabia. Pero el artífice de tu desdicha eres tú y solamente tú, sobre todo por tu incapacidad de escuchar. Cuando viniste aquí hace cinco años, te dije la verdad, te dije mi método para asegurarme la dicha, solo que tú no quisiste oír más y entendiste lo que quisiste. Cuando te dije que yo robo, era verdad, solo que no robo a los humanos. Robo aire, luz, agua y energía. Robo "chi". Verás, robo al Tao porque el Tao es vacío y utilizándolo nunca rebosa1, se vacía sin agotarse2, y su función no se agota nunca

lunes, 18 de octubre de 2010

Zanahorias, huevos y café

Una hija se quejaba con su padre acerca de su vida y lo difíciles que le resultaban las cosas. No sabía cómo hacer para seguir adelante y creía que se daría por vencida. Estaba cansada de luchar. Parecía que cuando solucionaba un problema, aparecía otro.
Su padre, un chef de cocina, la llevó a su lugar de trabajo. Allí llenó tres ollas con agua y las colocó sobre fuego fuerte. Pronto el agua de las tres ollas estaba hirviendo. En una colocó zanahorias, en otra colocó huevos y en la última colocó granos de café. Las dejó hervir sin decir palabra.
La hija esperó impacientemente, preguntándose qué estaría haciendo su padre. A los veinte minutos el padre apagó el fuego. Sacó las zanahorias y las colocó en un tazón. Sacó los huevos y los colocó en otro plato. Finalmente, coló el café y lo puso en un tercer recipiente. Mirando a su hija le dijo:
- "Querida, ¿qué ves?"
-"Zanahorias, huevos y café" fue su respuesta.
La hizo acercarse y le pidió que tocara las zanahorias. Ella lo hizo y notó que estaban blandas. Luego le pidió que tomara un huevo y lo rompiera. Luego de sacarle la cáscara, observó el huevo duro. Luego le pidió que probara el café. Ella sonrió mientras disfrutaba de su rico aroma. Humildemente la hija preguntó:
"¿Qué significa ésto, padre?"
El le explicó que los tres elementos habían enfrentado la misma adversidad: agua hirviendo, pero habían reaccionado en forma diferente. La zanahoria llegó al agua fuerte, dura; pero después de pasar por el agua hirviendo se había vuelto débil, fácil de deshacer. El huevo había llegado al agua frágil, su cáscara fina protegía su interior líquido; pero después de estar en agua hirviendo, su interior se había endurecido. Los granos de café sin embargo eran únicos; después de estar en agua hirviendo, habían cambiado al agua.
"- ¿Cuál eres tú?", le preguntó a su hija. "Cuando la adversidad llama a tu puerta, ¿cómo respondes? ¿Eres una zanahoria que parece fuerte pero que cuando la adversidad y el dolor te tocan, te vuelves débil y pierdes tu fortaleza? ¿Eres un huevo, que comienza con un corazón maleable? ¿Poseías un espíritu fluido, pero después de una muerte, una separación, o un despido te has vuelto duro y rígido? Por fuera te ves igual, pero ¿eres amargado y áspero, con un espíritu y un corazón endurecido?
¿O eres como un grano de café? El café cambia al agua hirviente, el elemento que le causa dolor. Cuando el agua llega al punto de ebullición el café alcanza su mejor sabor. Si eres como el grano de café, cuando las cosas se ponen peor tú reaccionas mejor y haces que las cosas a tu alrededor mejoren.

Y tú, ¿cual de los tres eres?

viernes, 10 de septiembre de 2010

PRESENCIA

Los pasajeros en el bus observaban con simpatía a la atractiva joven con bastón blanco cuidadosamente tras cada paso. Ella pagó al conductor, y usando sus manos para sentir el puesto de la silla, caminó el pasillo y encontró el sitio que él le dijo estar vacío. Luego de estar sentada, puso su maletín en sus piernas y colocó su bastón contra sus piernas.

Había transcurrido un año desde que Susan, de treinta y cuatro años, quedó ciega. Debido a un mal diagnóstico médico, ella había quedado sin visión, y fue súbitamente conducida al mundo de la oscuridad, frustración, enojo.

Habiendo sido una vez una mujer ferozmente independiente, ahora Susan se sentía condenada por este terrible giro de fatalidad, de llegar a ser impotente, sujeta a la ayuda de quienes estaban a su alrededor.

"¿Cómo pudo pasarme esto a mí?" expresaba ella y su corazón denotaba un terrible enojo.

Pero no importaba cómo había llorado o suplicado, ella sabía la dolorosa realidad de que su visión jamás sería recuperada. Una nube de depresión calló sobre ella.Todo lo que ella tenía era su esposo Mark.

Mark era un oficial de la Fuerza Aérea, y amaba a Susan con todo su corazón. Al principio, cuando ella perdió la visión, él la observaba hundida en la desesperación y comenzó a ayudar a su esposa a ganar fuerzas y confianza.

Ella necesitaba llegar a ser independiente otra vez. Su trasfondo militar lo había entrenado bien para lidiar con situaciones delicadas, pero él sabía que ésta era la batalla más difícil que había enfrentado.

Finalmente, Susan se sintió preparada para volver a trabajar, pero cómo podría ella llegar a ese lugar? Ella estaba acostumbrada a tomar el bus, pero ahora era muy dificultoso circular por al ciudad por ella misma.

Mark se ofreció a llevarla al trabajo todos los días, a pesar de que trabajaban en lugares distantes de la ciudad. Al principio, esto confortaba a Susan y llenaba la necesidad de Mark de proteger a su invidente esposa, quien se sentía muy insegura de superar este aspecto.

Pronto, sin embargo, Mark entendió que este método no estaba funcionando, era costoso y extenuante. Susan iba a tener que empezar a tomar nuevamente el bus, se decía para sí. Pero sólo el pensar mencionarle esto a su esposa lo hacía temblar. Ella estaba todavía muy frágil, muy enojada. ¿Cómo reaccionaría?

Tal como Mark lo predijo, Susan se horrorizó con la idea de tomar el bus nuevamente. "¡Soy ciega!" respondió gritando. "Cómo se supone que voy a saber dónde estoy?" "Me siento como si me estuvieras abandonando". El corazón de Mark se rompió al oír estas palabras, pero sabía que tenía que hacerlo. El le prometió a Susan que cada mañana y tarde subiría al bus con ella, tanto tiempo como le tomara, hasta que ella lo lograra por sí misma. Y fue exactamente así como lo hizo.

Por dos semanas, Mark, con su uniforme militar, acompañó a Susan hacia y desde su trabajo cada día. El le enseñó cómo apoyarse en sus otros sentidos, especialmente en el del oído, para saber dónde estaba y cómo adaptarse a su nuevo entorno. El la ayudó a hacer amistad con el conductor del bus, quien podría observarla, y guardarle un puesto. El la hacía reír, aún en esos días no muy buenos.

Cada mañana, ellos hacían el recorrido juntos, y Mark regresaba camino atrás para ir a su oficina. A pesar de que esta rutina era aún mucho más costosa y extenuante, Mark sabía que sólo era asunto de tiempo para que Susan fuera capaz de tomar el bus por ella misma. El creía en ella, en la Susan que él estaba acostumbrado a tratar antes de que perdiera la vista, quien no temía ningún reto y quien nunca jamás renunciaba.

Finalmente, Susan decidió que ella estaba lista para probar viajar sola. El lunes en la mañana, antes de levantarse, ella colocó sus brazos alrededor de Mark, su compañero para tomar el bus temporalmente. su esposo, su mejor amigo. Sus ojos se llenaron de lágrimas de gratitud por su lealtad, su paciencia, su amor.

Ella le dijo adiós y, por primera vez, salieron por diferentes rutas.

Lunes, martes, miércoles, jueves.... Cada día fue perfecto para ella, y Susan nunca se había sentido mejor. ¡Lo estaba haciendo! Ella estaba haciéndolo todo sola.

El viernes en la mañana, Susan tomó el bus para ir trabajar como de costumbre. Cuando estaba pagando, e iba saliendo del bus, el conductor dijo: "Hombre, de seguro que la envidio". Susan no estaba segura si el conductor se refería o no a ella. Después de todo, quién en este mundo podría envidiar a una mujer ciega, quien luchaba por tomar fuerzas para continuar viviendo el año que acaba de transcurrir? Curiosa, ella le preguntó: "¿Por qué dice usted que me envidia? El respondió: "Debe sentirse muy bien ser cuidada y protegida como lo han hecho con usted."

Susan no tenía idea de lo que el conductor estaba hablando, y preguntó otra vez: "Qué quiere decir?"

El conductor respondió: Sabe usted, cada mañana de la semana pasada, un gentil caballero con uniforme militar ha estado esperando en la esquina vigilándola cuando usted baja del bus. El se asegura que usted cruce la calle salva, y la observa hasta que usted entra al edificio donde trabaja. Entonces él le tira un beso, le da un pequeño saludo, y se va. Usted es una dama con suerte.

La felicidad inundó a Susan. A pesar de que ella físicamente no podía verle, ella siempre sentía la presencia de Mark. Ella era bendecida, tan bendecida, porque él le había dado un regalo más poderoso que la visión, un regalo que ella no necesitaba ver: su amor.

viernes, 27 de agosto de 2010

El Mayor de los Tesoros

Cruzando el desierto, un viajero inglés vio a un árabe muy pensativo, sentado al pie de una palmera. A poca distancia reposaban sus camellos, pesadamente cargados, por lo que el viajero comprendió que se trataba de un mercader de objetos de valor, que iba a vender sus joyas, perfumes y tapices, a alguna ciudad vecina.

Como hacía mucho tiempo que no conversaba con alguien, se aproximó al pensativo mercader diciéndole:

«Buen amigo, ¡salud! pareces muy preocupado. ¿Puedo ayudarte en algo?»

«¡Ay!», respondió el árabe con tristeza, «estoy muy afligido porque acabo de perder la más preciosa de las joyas».

«¡Bah!», respondió el inglés, «la pérdida de una joya no debe ser gran cosa para ti que llevas tesoros sobre tus camellos, y te será fácil reponerla».

«¡¿Reponerla?!... ¡¿Reponerla?!», exclamó el árabe. «Bien se ve que no conoces el valor de mi pérdida».

«¿Qué joya es, pues?», preguntó el viajero.

«Era una joya», le respondió el mercader, «como no volverá a hacerse otra. Estaba tallada en un pedazo de piedra de la Vida y había sido hecha en el taller del Tiempo.

Adornábanla veinticuatro brillantes, alrededor de los cuales se agrupaban sesenta más pequeños. Ya ves que tengo razón al decir que joya igual no podrá reproducirse jamás».

«A fe mía», dijo el inglés, «tu joya debía ser preciosa". Pero, ¿no crees que con mucho dinero pueda hacerse otra igual?»

«La joya perdida», respondió el árabe, volviendo a quedar pensativo, «era un día, y un día que se pierde ... no vuelve a encontrarse».

sábado, 14 de agosto de 2010

Lakshmi y Saraswati


Cuenta una antigua historia Védica que un joven salió en busca de la Abundancia. Por muchos meses anduvo por los campos, hasta que un día se internó en un bosque donde encontró un maestro espiritual al que preguntó si conocía el secreto para obtener riqueza y prosperidad.


El maestro le contestó: "en el corazón de cada ser humano residen dos diosas, una es Lakshmi, la diosa de la riqueza, es generosa y bella, si tú la veneras, te prodigará con tesoros y riquezas, pero también es celosa, puede retirarte su apoyo sin prevenírtelo. La otra diosa es Saraswati, la disoa de la sabiduría. Si tú la veneras y te dedicas a alcanzar la sabiduría, Lakshmi se pondrá celosa y te prestará mayor atención. Mientras más busques la sabiduría, Lakshmi te perseguirá más intensamente".


Mientras más gente dedica su vida a la persecución de Lakshmi -dinero, mansiones, autos de lujo y otros símbolos de riqueza-, la verdadera abundacia, no es conseguir todo lo que el ego desea en un tiempo dado, es más bien saber quién eres tú realmente que es: pura consciencia, pura potencialidad. Tu sentido de ser se expande más allá de tu identificación con tu cuerpo físico o tu mente y despiertas a tu naturaleza esencial espiritual. En este estado de conscienca expandida, te deshaces de creencias limitantes y miedos, permitiendo al infinito campo de inteligencia llenar sin esfuerzo, tus deseos y deseos.


Hoy por hoy en nuestro ambiente económico, la hipnosis masiva de escasez y miedo puede llegar a ser irresistible. En lugar de agotar tu energía mental con preocupaciones, dirígela a cultivar riqueza espiritual y entusiasmo y a alcanzar tu verdadero potencial. Una manera de obtenerlo es meditando, conectándote con tu verdadera naturaleza...


La abundancia puede llegar en forma de amistades, sabiduría, dinero, expresión creatriva, buena salud, relaciones amorosas, energía mental y entusiasmo, paz mental e infinidad de otras maneras. Pero, de cualquier manera que la riqueza se manifieste, el hecho es que estos efectos son el resultado espontáneo de tu despertar espiritual; ellos no son buscados por sí mismos, si no son más bien el verdadero regalo que te da la vida: la manifestación de tu divinidad interna.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Libertad


En muchas ocasiones la libertad no es más que espejismo. Nos creemos libres de actuar en un sentido o en otro, y no nos damos cuenta de que "quién decide" en muchas ocasiones es "otro", a través de sutiles mecanismos. El estar libre de atadura, a parte de ser muy difícil en la sociedad actual, siempre conlleva un precio...


- ¿De donde vienes que estás tan lucido? ¿Qué comes para estar de tan buena apariencia? Yo, que soy más fuerte, me muero de hambre.Un lobo flaco y hambriento, encontró por casualidad a un perro bien nutrido. Luego de detenerse para cambiar el saludo, preguntó el lobo:

- Igual fortuna tendrías que yo -respondió el perro simplemente-, si quisieras prestar a mi amo los mismos servicios que yo le presto.

- ¿Qué servicios son estos? - pregunto el lobo.

- Guardar su puerta y defender de noche su casa contra los ladrones.

- Bien: estoy dispuesto; ahora sufro las lluvias y las nieves en los bosques arrastrando una vida miserable. Cuanto más fácil me sería vivir bajo techado y saciarme tranquilo con abundante comida!

- Pues bien -dijo el perro-, ven conmigo.

Mientras caminaban, vio el lobo el cuello pelado del perro por causa de la cadena.

- Dime, amigo - le dijo- De donde viene eso?

- No es nada.

- Dímelo, sin embargo, te lo suplico.

- Como les parezco demasiado inquieto -repuso el perro- me atan de día para que duerma cuando hay luz y vigile cuando llega la noche. Al caer el crepúsculo ando errante por donde me parece. Me traen el pan sin que yo lo pida; el amo me da los huesos de su propia mesa; los criados me dan los restos y las salsas que ya nadie quiere.

De modo que, sin trabajo, se llena mi barriga.

- Pero si deseas salir y marcharte donde quieras, ¿te lo permiten?

- No, eso no - dijo el perro.

- Pues entonces - contestó el lobo- goza tú de esos bienes, “estimado” perro; porque yo no quisiera ser rey a condición de no ser libre

¿Tú que eliges? ....

viernes, 6 de agosto de 2010

El Amor y la Locura

Cuentan que una vez se reunieron todos los sentimientos y cualidades del hombre. Cuando el aburrimiento bostezaba por tercera vez, la locura como siempre tan loca propuso: Vamos a jugar a los escondidos. La intriga levantó el ceño extrañada y la curiosidad sin poder contenerse preguntó:
¿A los escondidos? ¿Y eso cómo es?
Es un juego, explicó la locura, en que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde uno hasta un millón, mientras ustedes se esconden, y cuando ya haya terminado de contar, el primero de ustedes que yo encuentre, ocupará mi lugar para continuar el juego. El entusiasmo bailó secundado por la euforia y la alegría dio tantos saltos que terminó de convencer a la duda, e incluso a la apatía, a la que nunca le interesaba nada. Pero no todos quisieron participar, la verdad prefirió no esconderse. ¿Para qué? Si al final siempre la hallaban, y la soberbia pensó que era un juego muy tonto, en el fondo lo que le molestaba era que la idea no hubiese sido de ella, y la cobardía prefirió no arriesgarse.
Uno, dos y tres, empezó a contar la locura.
La primera en esconderse fue la pereza que como siempre, que como siempre se dejó caer tras la primera piedra del camino. La fe subió al cielo y la envidia se encontró tras la sombra del triunfo, quien por su propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto.
La generosidad casi no alcanzaba a esconderse, cada sitio que encontraba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos, que si un lago cristalino para la belleza; que si la hendija de un árbol: perfecto para la timidez; que si el vuelo de una mariposa: lo mejor para la voluptuosidad, que si una ráfaga de viento: magnífico para la libertad, y así terminó en ocultarse en un rayito de sol.
El egoísmo, en cambio, encontró un sitio muy bueno desde el principio, ventilado, cómodo, pero solo para el. La mentira se escondió en el fondo de los océanos, mentira, en realidad se escondió detrás del arco iris, y la pasión y el deseo en el cuarto de los volcanes. El olvido, se me olvidó donde se escondió, pero, eso no es lo importante, Cuando la locura estaba contando 999.999, el amor aún no había encontrado sitio para esconderse, pues todo estaba ocupado, hasta que al fin divisó un rosal y enternecido decidió esconderse entre sus flores.
Un millón contó la locura y comenzó a buscar. La primera en aparecer fue la pereza solo a tres pasos de una piedra. Después se escuchó a la fe discutiendo con Dios sobre zoología y a la pasión y el deseo las sintió en el vibrar de los volcanes. En un descuido encontró a la envidia, y claro, pudo deducir donde estaba el triunfo. El egoísmo no tuvo ni que buscarlo, el solito salió de su escondite, resultó ser un nido de avispas.
De tanto caminar, sintió sed y al acercarse al lago descubrió la belleza, y con la duda resultó todavía más fácil, la encontró sentada cerca sin decidir aun de que lado esconderse.
Así fue encontando a todos. El talento, entre la hierba fresca, a la angustia, en una oscura cueva, a la mentira, detrás del arco iris, mentira si estaba en el fondo de los océanos, y hasta encontró al olvido, ya se le había olvidado que estaba jugando a los escondidos.
Pero solo el amor no aparecía por ningún sitio. La locura buscó detrás de cada árbol, bajo cada arroyuelo del planeta, en las cimas de las montañas, y cuando estaba por darse por vencido divisó un rosal, tomó una horquilla y comenzó a mover las ramas, cuando de pronto, un doloroso grito se escuchó. Las espinas habían herido los ojos del amor. La locura no sabía que hacer para disculparse, lloró, rogó, imploró, pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo, Desde entonces, desde que por primera vez se jugó a los escondidos en la tierra: El amor es ciego y la locura siempre lo acompaña.

lunes, 2 de agosto de 2010

El Árbol de los Problemas

El carpintero que había contratado para ayudarme a reparar una vieja granja, acababa de finalizar un duro primer día de trabajo. Su cortadora eléctrica se daño y lo hizo perder una hora de trabajo y ahora su antiguo camión se niega a arrancar.

Mientras lo llevaba a casa, se sentó en silencio. Una vez que llegamos, me invito a conocer a su familia. Mientras nos dirigíamos a la puerta, se detuvo brevemente frente a un pequeño árbol, tocando las puntas de las ramas con ambas manos.

Cuando se abrió la puerta, ocurrió una sorprendente transformación. Su bronceada cara estaba plena de sonrisas. Abrazo a sus dos pequeños hijos y le dio un beso a su esposa.

Posteriormente me acompañó hasta el carro. Cuando pasamos cerca del árbol,sentí curiosidad y le pregunte acerca de lo que lo había visto hacer un rato antes.

"Oh, ese es mi árbol de problemas", contesto.

"Se que yo no puedo evitar tener problemas en el trabajo, pero una cosa es segura:los problemas no pertenecen a la casa, ni a mi esposa, ni a mis hijos. Así que simplemente los cuelgo en el árbol cada noche cuando llego a casa. Luego en la mañana los recojo otra vez".

"Lo divertido es", dijo sonriendo, "que cuando salgo en la mañana a recogerlos, no hay tantos como los que recuerdo haber colgado la noche anterior".

jueves, 29 de julio de 2010

EL JOROBADO

En un pueblo había un hombre que era todo bondad y que dedicaba su tiempo a ayudar a los demás. Pero ocurre que ese hombre, que siempre vestía con una capa larga hasta los tobillos, llevaba debajo de esa prenda una enorme joroba.

Su aspecto era bello pero aquella joroba lo transformaba en un ser deforme y casi toda la gente del lugar se burlaba de él, le palmeaban la giba entre risotadas y no lo tenían en cuenta para nada a pesar de que él tenía en cuenta a todos y a cada uno, preocupándose y ayudándolos. Algunos, incluso, si estaban de malhumor le arrojaban piedras porque no les gustaba tener cerca a alguien a quien veían como una especie de monstruo. "Por algo será que Dios lo castigó de esa manera decían algunos que, por supuesto, desconocían si existía ese "algo" al que hacían mención. El hombre de la joroba, mientras tanto, bajaba la cabeza y jamás respondía a ninguna de las agresiones o los desprecios. Seguía yendo de un lado a otro del pueblo, bamboleando en cada paso el gran bulto que llevaba en su espalda, y ofreciéndose para lo que desearan. Un chico solamente, uno de los chicos del pueblo, lo trataba con amor, le sonreía, hablaba con él y lo tomaba de la mano para acompañarlo en sus recorridas. Un día las gentes del pueblo parecieron ponerse de acuerdo para despertar de pésimo humor. Como este tipo de cosas es contable, discutiendo entre ellos por pequeñeces, empujándose, mirándose con mala cara. De repente apareció, como siempre el hombre de la capa y la joroba. Eso sólo les faltaba a los iracundos habitantes del lugar. Como en casos así , los humanos, por su curiosa forma de actuar, buscan descargar sus iras en los más indefensos, el hombre de la joroba fue de inmediato el blanco elegido por todos. De las agresiones verbales, que fueron creciendo cada vez más y con mayor crueldad, pasaron casi enseguida al ataque físico. Algunas piedras, al principio. Luego, con esa ira que es más ciega cuando es de muchos, comenzaron a armarse con palos y algunas herramientas y lo cercaron. Rodeándolo, se disponían ya a atacarlo cuando el chico se abrió paso entre todos y se puso junto a su amigo jorobado. Hubo un instante de duda. Y fue entonces que el niño les hablo y les dijo: "No pueden tocarlo. Gracias a él muchas desgracias que pudieron ocurrir en nuestro pueblo no ocurrieron, muchos enemigos se amigaron, muchas familias siguen unidas, muchos hombres conservan sus trabajos y muchas mujeres a sus hijos. Nos trajo el bien y ustedes eligen ahora pagarle con el mal y él no puede hacer nada para evitarlo.. Nunca me dijo quién es, pero yo lo sé......"

Y, dicho esto, tomo la capa del deforme y la arrancó de un tirón. En ese momento quedaron al descubierto dos bellas y luminosas alas a las que todos, hasta entonces, habían confundido con una joroba. El ángel besó al niño en la frente y se fue en silencio, sin un reproche, caminando en medio de los hombres del puedo que se abrían a su paso estupefactos, dejando caer sus armas y mas de una lágrima, aun los más rudos........

Esta historia nos enseña que uno tiene que aprender a ver..... y que, lo más importante, sólo se ve con los ojos del alma.

martes, 27 de julio de 2010

El Escorpión


Hay personas que no cambian, no cambian porque no quieren, no cambian porque no sienten que esten equivocados, no cambian porque no conocen lo que es la empatía y ponerse en el lugar de los demás, no dejan la violencia porque va con su naturaleza.


Un escorpión, que deseaba atravesar el río, le dijo a una rana:
-Llévame a tu espalda.
-¡Qué te lleve a mi espalda! -contestó la rana- Ni pensarlo. Te conozco. Si te llevo a mi espalda, me picarás y me matarás.
-No seas estúpida-le dijo entonces el escorpión- No ves que si te pico te hundirás en el agua y que yo, como no sé nadar, también me ahogaré.
Los dos animales siguieron discutiendo hasta que la rana fue persuadida. Lo cargó sobre su resbaladiza espalda, donde él se agarró y empezaron la travesía.Cuando estaban en medio del gran río, allí donde se crean los remolinos, de repente el escorpión picó a la rana. Ésta sintió que el veneno mortal se extendía por su cuerpo y, mientras se ahogaba, y con ella el escorpión, le gritó:
- ¿Por qué lo has hecho? Es irracional…
- No pude evitarlo-contestó el escorpión antes de desaparecer en las aguas- Es mi naturaleza.


viernes, 16 de julio de 2010

Enfoques

En un país muy lejano, al oriente del gran desierto vivía un viejo Sultán, dueño de una inmensa fortuna.
El Sultán era un hombre muy temperamental además de supersticioso. Una noche soñó que había perdido todos los dientes. Inmediatamente después de despertar, mandó llamar a uno de los sabios de su corte para pedirle urgentemente que interpretase su sueño.
- ¡Qué desgracia mi Señor! - exclamó el Sabio - Cada diente caído representa la pérdida de un pariente de Vuestra Majestad.
- ¡Qué insolencia! - gritó el Sultán enfurecido - ¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí!
Llamó a su guardia y ordenó que le dieran cien latigazos, por ser un pájaro de mal agüero. Más tarde, ordenó que le trajesen a otro Sabio y le contó lo que había soñado. Este, después de escuchar al Sultán con atención, le dijo:
- ¡Excelso Señor! Gran felicidad os ha sido reservada. El sueño significa que vuestra merced tendrá una larga vida y sobrevivirá a todos sus parientes.
Se iluminó el semblante del Sultán con una gran sonrisa y ordenó que le dieran cien monedas de oro. Cuando éste salía del Palacio, uno de los consejeros reales le dijo admirado:
- ¡No es posible! La interpretación que habéis hecho de los sueños del Sultán es la misma que la del primer Sabio. No entiendo por qué al primero le castigó con cien azotes, mientras que a vos os premia con cien monedas de oro.
- Recuerda bien amigo mío --respondió el segundo Sabio-- que todo depende de la forma en que se dicen las cosas... La verdad puede compararse con una piedra preciosa. Si la lanzamos contra el rostro de alguien, puede herir, pero si la enchapamos en un delicado embalaje y la ofrecemos con ternura, ciertamente será aceptada con agrado...
- No olvides mi querido amigo --continuó el sabio-- que puedes comunicar una misma verdad de dos formas: la pesimista que sólo recalcará el lado negativo de esa verdad; o la optimista, que sabrá encontrarle siempre el lado positivo a la misma verdad".

miércoles, 30 de junio de 2010

El Naufrago

El único sobreviviente de un naufragio fue visto sobre una pequeña isla inhabitada. Él estaba orando fervientemente, pidiendo que lo rescataran, y todos los días revisaba el horizonte buscando ayuda, pero ésta nunca llegaba. Cansado, eventualmente empezó a construir una pequeña cabañita para protegerse, y proteger sus pocas posesiones.
Pero entonces un día, después de andar buscando comida, el regresó y encontró la pequeña choza en llamas, el humo subía hacia el cielo. Lo peor que había pasado, es que todas las cosas las había perdido.
El estaba confundido y enojado con suerte y llorando le decía: "¿Como puede ser esto?" Y se quedó dormido sobre la arena.
Temprano de la mañana del siguiente día, el escuchó asombrado el sonido de un barco que se acercaba a la isla.
Venían a rescatarlo, y les preguntó, ¿Cómo sabían que yo estaba aquí?
Y sus rescatadores le contestaron: "Vimos las señales de humo que nos hiciste....." Es fácil enojarse cuando las cosas van mal, pero no debemos de perder la esperanza, porque en muchas ocasiones el destino conspira en nuestro favor a través de caminos que en ocasiones suponen perdidas y enojos, pero que al final nos llevan a la situación deseada.
Recuerda la próxima vez que tu pequeña choza se queme.... Puede ser simplemente una señal de humo que surge para llegar a metas superiores...

miércoles, 23 de junio de 2010

Lo que cada uno posee...

Una persona perversa resuelve hacer un presente a una persona pobre por su aniversario e irónicamente manda preparar una bandeja llena de basura y desperdicios.
En presencia de todos, manda entregar el presente, que es recibido con alegría por el agasajado.

Gentilmente, el agasajado agradece y pide que lo espere un instante, ya que le gustaría poder retribuir la gentileza.

Tira la basura, lava la bandeja, la cubre de flores, y la devuelve con un papel, donde dice:
"Cada uno da lo que posee."

Así que, no se entristezca con la actitud de algunas personas; no pierda su serenidad.
La rabia hace mal a la salud, el rencor daña el hígado y la cólera envenena el corazón.

Domine sus reacciones emotivas.
Sea dueño de si mismo.
No arroje leña en el fuego de su aborrecimiento.

No pierda su calma.
Piense antes de hablar y no ceda a su impulsividad.

"Guardar resentimientos es como tomar veneno".

sábado, 19 de junio de 2010

Piedras

El maestro narró a sus discípulos el siguiente relato:

- Un hombre que iba por el camino tropezó con una gran piedra. La recogió y la llevó consigo. Poco después tropezó con otra, igualmente la cargó. Todas las piedras con que iba tropezando las cargaba, hasta que aquel peso se volvió tan grande que el hombre ya no pudo caminar.

¿Qué piensan ustedes de ese hombre? Preguntó el maestro

- Que es un necio -respondió uno de los discípulos- ¿Para qué cargaba las piedras con que tropezaba?

Dijo el maestro: - Eso es lo que hacen aquellos que cargan las ofensas que otros les han hecho, los agravios sufridos, y aun la amargura de las propias equivocaciones. Todo eso lo debemos dejar atrás, y no cargar las pesadas piedras del rencor contra los demás o contra nosotros mismos.

Si hacemos a un lado esa inútil carga, si no la llevamos con nosotros, nuestro camino será más ligero y nuestro paso más seguro.
Así dijo el Maestro, y los discípulos se hicieron el propósito de no cargar nunca el peso del odio o del resentimiento.

La Luz compartida

Hu-Song, filosofo de Oriente, contó a sus discípulos la siguiente historia:

"... Varios hombres habían quedado encerrados por error en una oscura caverna donde no podían ver casi nada . Pasó algún tiempo, y uno de ellos logró encender una pequeña tea. Pero la luz que daba era tan escasa que aun así no se podía ver nada. Al hombre, sin embargo, se le ocurrió que con su luz podía ayudar a que cada uno de los demás prendieran su propia tea y así compartiendo la llama con todos la caverna se iluminó".

Uno de los discípulos preguntó a Hu-Song:

¿Qué nos enseña, maestro, este relato?
Y Hu-Song contestó : Nos enseña que nuestra luz sigue siendo oscuridad si no la compartimos con el prójimo. Y también nos dice que el compartir nuestra luz no la desvanece, sino que por el contrario la hace crecer.

"El compartir nos enriquece en lugar de hacernos mas pobres"
"Los momentos más felices son aquellos que hemos podido compartir"

martes, 15 de junio de 2010

¿Qué tesoro buscas tú?

La historia se refiere a un individuo que se mudo de aldea, en la India, y se encontró con lo que allí llaman un maestro.

Este es un mendicante errante, una persona que, tras haber alcanzado la iluminación,
comprende que el mundo entero es su hogar, el cielo su techo y Dios su Padre, que
cuidara de el.

Entonces se traslada de un lugar al otro.
Tal como tu y yo nos trasladaríamos de una habitación a otra de nuestro hogar.

Al encontrarse con el maestro, el aldeano dijo:

"No lo puedo creer! Anoche soñé con usted. Soñé que el Señor me decía: -Mañana por
la mañana abandonaras la aldea, hacia las once, y te encontraras con este maestro errante - y aquí me encontré con usted."

"Que mas le dijo el Señor?" Pregunto el maestro.

Me dijo: "Si el hombre te da una piedra preciosa que posee, serás el hombre mas
rico del mundo..Me daría usted la piedra?"

Entonces el maestro revolvió en un pequeño zurrón que llevaba y dijo: "Será esta la piedra de la cual usted hablaba?"

El aldeano no podía dar crédito a sus ojos , porque era un diamante, el diamante
mas grande del mundo.

"Podría quedármelo?"

"Por supuesto, puede conservarlo; lo encontré en un bosque. Es para usted."

Siguió su camino y se sentó bajo un árbol, en las afueras de la aldea. El aldeano
tomo el diamante y que inmensa fue su dicha! Como lo es la nuestra el día en
que obtenemos algo que realmente deseamos.

El aldeano en vez de ir a su hogar, se sentó bajo un árbol y permaneció todo el
día sentado, sumido en meditación.

Al caer la tarde, se dirigió al árbol bajo el cual estaba sentado el maestro,
le devolvió a este el diamante y dijo: "Podría hacerme un favor?"

"Cual?" le pregunto el maestro.

"Podría darme la riqueza que le permite a usted deshacerse de esta piedra preciosa
tan fácilmente?"...

Lo esencial es invisible a los ojos!!

¿Qué tesoro buscas tú?

Te dejo pensando...

sábado, 5 de junio de 2010

El orgullo

Dicen que hace muchísimo tiempo a los árboles no se les caían las hojas.

Y sucedió que un anciano iba vagando por el mundo desde joven, su propósito era conocerlo todo. Al final estaba muy pero que muy cansado de subir y bajar montañas atravesar ríos, praderas andar y andar , cansado de esto decidió subir a la más alta montaña del mundo, desde donde, quizás, podría ver y conocerlo todo antes de morir.

Lo malo es que la montaña era tan alta que para llegar a la cumbre había que atravesar las nubes y subir más alto que ellas. Tan alta que casi podía tocar la luna con la mano extendida.

Pero al llegar a lo más alto, comprobó que solo podía distinguir un mar de nubes por debajo suyo y no el mundo que deseaba conocer.

Resignado decidió descansar un poco antes de continuar con su viaje.

Siguió andando hasta que encontró un árbol gigantesco. Al sentarse a su gran sombra no pudo menos que exclamar:

—¡Los Budas deben protegerte, pues ni la ventisca ni el huracán han podido abatir tu grandioso tronco ni arrancar una sola de tus hojas!

—Ni mucho menos, —contestó el árbol sacudiendo sus ramas con altivez y produciendo un gran escándalo con el sonido de sus hojas—, el maligno viento no es amigo de nadie, ni perdona a nadie, lo que ocurre es que yo soy más fuerte y hermoso.

- El viento se detiene asustado ante mí, no sea que me enfade con él y lo castigue, sabe bien que nada puede contra mí.

El anciano se levantó y se marchó, indignado de que algo tan bello pudiese ser tan necio como lo era ese árbol.

Al rato el cielo se oscureció y la tierra parecía temblar

Apareció el viento en persona: —¿Qué tal arbolito? —rugió el viento—, así que no soy lo bastante potente para ti, y te tengo miedo? ¡Ja, ja, ja! rió el viento

Al sonido de su risa todos los arboles del bosque se inclinaron atemorizados.

—Has de saber que si hasta ahora te he dejado en paz ha sido porque das sombra y cobijo al caminante, ¿No lo sabías?

—No, no lo sabía.

—Pues mañana a la luz del sol tendrás tu castigo, para que todos vean lo que les ocurre a los soberbios, ingratos y necios.

—Perdón, ten piedad, no lo haré más.

—¡Ja, ja, ja, de eso estoy seguro, ja, ja ja!

Mientras transcurría la noche el árbol meditaba sobre la terrible venganza del viento. Hasta que se le ocurrió un remedio que quizás le permitiese sobrevivir a la cólera del viento.

Se despojó de todas sus hojas y flores. De manera que a la salida del sol, en vez de un árbol magnífico, rey de los bosques, el viento encontró un miserable tronco, mutilado y desnudo.

Al verlo, el viento se echó a reir, cuando pudo parar le dijo así al árbol:

—En verdad que ahora ofreces un espectáculo triste y grotesco. Yo no hubiese sido tan cruel,¿que mayor venganza para tu orgullo que la que tu mismo te has infringido?, de ahora en adelante, todos los años tu y tus descendientes, que no quisisteis inclinaros ante mi, recuperareis esta facha, para que nunca olvidéis que no se debe ser necio y orgulloso.

Por eso los descendientes de aquel antiguo árbol pierden las hojas en otoño. Para que nunca olviden que nada es más fuerte que el viento.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Crecimiento

Un rey fue hasta su jardín y descubrió que sus árboles, arbustos y flores se estaban muriendo.

El Roble le dijo que se moría porque no podía ser tan alto como el Pino.

Volviéndose al Pino, lo halló caído porque no podía dar uvas como la Vid. Y la Vid se moría porque no podía florecer como la Rosa.

La Rosa lloraba porque no podía ser alta y sólida como el Roble. Entonces encontró una planta, una fresia, floreciendo y más fresca que nunca.

El rey preguntó:

¿Cómo es que creces saludable en medio de este jardín mustio y sombrío?

No lo sé. Quizás sea porque siempre supuse que cuando me plantaste, querías fresias. Si hubieras querido un Roble o una Rosa, los habrías plantado. En aquel momento me dije: "Intentaré ser Fresia de la mejor manera que pueda".

Ahora es tu turno. Estás aquí para contribuir con tu fragancia. Simplemente mirate a vos mismo.

No hay posibilidad de que seas otra persona.

Podes disfrutarlo y florecer regado con tu propio amor por vos, o podes marchitarte en tu propia condena...

lunes, 29 de marzo de 2010

Ataduras


En un lujoso palacio vivía un brahmino, gobernador de una región y dueño de un maravilloso perro. El animal era corpulento, fiero y de temperamento orgulloso. No era difícil que se enfrentara a otros perros, por lo que casi siempre lo paseaban atado con una correa. Perro y amo eran caracteres jactanciosos merecedores el uno del otro.

Cada vez que el perro se encontraba con otro can, empezaba a tirar de la correa con todas sus fuerzas. Su amo, sin dejar de sujetarlo con determinación, intentaba calmarlo hablándole dulcemente: " no hagas así...déjale al pobrecito tranquilo". También se agachaba y le rodeaba con el brazo como para protegerle mientras que el bravo animal mostraba todo su repertorio de amenazas. Parecía de verdad un perro fiero e implacable. Dado su tamaño y su furor, todos le temían.

Un día, el brahmino encargó a un nuevo sirviente que paseara al perro, pero olvidó advertirle sobre el carácter del animal, quizás dando por hecho que todo el mundo tenía que saber que el perro del brahmino era algo especial. No obstante, para el sirviente, éste era únicamente un perro como muchos, por lo cual ignoraba su excentricidad. Como era previsible, nada más encontrarse en contacto visual con otro can, el animal del brahmino dio rienda suelta a su violento temperamento y, de repente tiró enérgicamente de la correa. El siervo, que no estaba preparado para tal situación, no supo reaccionar adecuadamente y soltó la cinta. El perro perdió ligeramente el equilibrio hacia delante, dándose así cuenta de que no estaba siendo sujetado. Ahora estaba libre de sujeción y que la acción dependía exclusivamente de él, se encontró frente a un dilema: o dar séquito a sus amenazas iniciales empezando la batalla, o evitar la confrontación. El imperioso animal titubeó: al fin y al cabo el otro perro, aún más pequeño, no había dado signos de sumisión y estaba listo para la lucha. "Seguramente -se dijo el noble perro- podría matarle fácilmente, pero si me mordiera, ¿que sería de mi noble aspecto?. No, no merece la pena. Por esta vez le dejaré vivir". Emitió unos gruñidos y volvió donde el servidor.

Una vez en el palacio, el doméstico relató lo ocurrido al brahmino, el cual vislumbró la verdad sobre la naturaleza de su perro y la del hombre y, desde entonces, acostumbró a pasear al animal sin ataduras. No sólo el perro dejó de amenazar a los otros animales, sino que también los súbditos del brahmino vivieron más felices. El perro le había mostrado a su dueño la manera sabia de gobernar.

jueves, 4 de marzo de 2010

La Amistad

Érase una vez una mujer de una belleza tan extraordinaria que jamás pasaba inadvertida. Allí donde iba lograba atraer todas las miradas. Los habitantes del lugar sentían un inmenso deseo de conversar con ella, escucharla y, en definitiva, disfrutar de su compañía.

En el pueblo había también una muchacha muy hermosa, pero como era pobre y andrajosa, nadie se había fijado en ella, ni había mostrado el más mínimo interés en conocerla. La joven, triste y solitaria, pasaba horas observando a la her¬mosa y elegante dama. Al ver cómo todos la miraban maravillados deseó con todas sus fuerzas ocupar su sitio, pues también ella tenía ganas de abrir su corazón al prójimo, aunque por el momento nadie había querido compartir nada con ella.

Un buen día, la pobre muchacha se armó de valor y se acercó a la bella dama.
Perdone le dijo tímidamente, ¿podría pedirle un favor?
La mujer, que además de hermosa era extremadamente amable, se giró y le dedicó una amplia sonrisa.

Por supuesto -respondió-. ¿Cómo puedo ayudarte?

Y la joven, decidida, le contestó:

Pues mire usted, me pasa esto. Usted es tan bella y tan elegante que nadie le quita ojo y yo, en cambio, que soy pobre y harapienta, no consigo que nadie se fije en mí. Me haría enormemente feliz si me dejara esconderme bajo su hermosa capa y pasear con usted por el pueblo un día de éstos. De esta forma, cuando la gente se acercara a mirarla o a hablar con usted, también me estarían mirando y hablando conmigo.

Creo que también yo podría aportarles cosas interesantes que sin duda apreciarían, si tan sólo se me diera la oportunidad de hacerlo.
La hermosa y elegante dama aceptó de inmediato la oferta de la muchacha. A la mañana siguiente, la envolvió en su preciosa capa y juntas pasearon por el pueblo. Como era costumbre, allí donde ella iba la gente se detenía unos instantes para admirar la belleza de la dama, con la diferencia de que esta vez, al hacerlo, también se fijaban en la pobre chica en vuelta en su capa. Mientras caminaban, la bella dama hablaba con la muchacha, se interesaba por su vida y escuchaba con gran interés todo lo que la joven le contaba. Enseguida se percató de lo sabia y honesta que era la mozuela y pronto se hicieron grandes amigas. Tan grande fue su amistad que desde entonces nunca quisieron separarse. Hoy en día siguen recorriendo el mundo juntas.

lunes, 22 de febrero de 2010

La Verdad

El rey había entrado en un estado de honda reflexión durante los últimos días. Estaba pensativo y ausente. Se hacía muchas preguntas, entre otras por qué los seres humanos no eran mejores. Sin poder resolver este último interrogante, pidió que trajeran a su presencia a un ermitaño que moraba en un bosque cercano y que llevaba años dedicado a la meditación, habiendo cobrado fama de sabio y ecuánime.

Sólo porque se lo exigieron, el eremita abandonó la inmensa paz del bosque.

--Señor, ¿qué deseas de mí? -preguntó ante el meditabundo monarca.

--He oído hablar mucho de ti -dijo el rey-. Sé que apenas hablas, que no gustas de honores ni placeres, que no haces diferencia entre un trozo de oro y uno de arcilla, pero todos dicen que eres un sabio.

--La gente dice, señor -repuso indiferente el ermitaño.

--A propósito de la gente quiero preguntarte -dijo el monarca-. ¿Cómo lograr que la gente sea mejor?

--Puedo decirte, señor -repuso el ermitaño-, que las leyes por sí mismas no bastan, en absoluto, para hacer mejor a la gente. El ser humano tiene que cultivar ciertas actitudes y practicar ciertos métodos para alcanzar la verdad de orden superior y la clara comprensión. Esa verdad de orden superior tiene, desde luego, muy poco que ver con la verdad ordinaria.

El rey se quedó dubitativo. Luego reaccionó para replicar:

--De lo que no hay duda, ermitaño, es de que yo, al menos, puedo lograr que la gente diga la verdad; al menos puedo conseguir que sean veraces.

El eremita sonrió levemente, pero nada dijo. Guardó un noble silencio.

El rey decidió establecer un patíbulo en el puente que servía de acceso a la ciudad. Un escuadrón a las órdenes de un capitán revisaba a todo aquel que entraba a la ciudad. Se hizo público lo siguiente: “Toda persona que quiera entrar en la ciudad será previamente interrogada. Si dice la verdad, podrá entrar. Si miente, será conducida al patíbulo y ahorcada”.

Amanecía. El ermitaño, tras meditar toda la noche, se puso en marcha hacia la ciudad. Su amado bosque quedaba a sus espaldas. Caminaba con lentitud. Avanzó hacia el puente. El capitán se interpuso en su camino y le preguntó:

--¿Adónde vas?

--Voy camino de la horca para que podáis ahorcarme -repuso sereno el eremita.

El capitán aseveró:

--No lo creo.

--Pues bien, capitán, si he mentido, ahórcame.

--Pero si te ahorcamos por haber mentido -repuso el capitán-, habremos convertido en cierto lo que has dicho y, en ese caso, no te habremos ahorcado por mentir, sino por decir la verdad.

--Así es -afirmó el ermitaño-.

Ahora usted sabe lo que es la verdad... ¡Su verdad!

viernes, 19 de febrero de 2010

Nasrudin


El célebre y contradictorio personaje sufí Mulla Nasrudín visitó la India. Llegó a Calcuta y comenzó a pasear por una de sus abigarradas calles. De repente vio a un hombre que estaba en cuclillas vendiendo lo que Nasrudín creyó que eran dulces, aunque en realidad se trataba de chiles picantes. Nasrudín era muy goloso y compró una gran cantidad de los supuestos dulces, dispuesto a darse un gran atracón. Estaba muy contento, se sentó en un parque y comenzó a comer chiles a dos carrillos. Nada más morder el primero de los chiles sintió fuego en el paladar. Eran tan picantes aquellos “dulces” que se le puso roja la punta de la nariz y comenzó a soltar lágrimas hasta los pies. No obstante, Nasrudín continuaba llevándose sin parar los chiles a la boca.

Estornudaba, lloraba, hacía muecas de malestar, pero seguía devorando los chiles. Asombrado, un paseante se aproximó a él y le dijo:

--Amigo, ¿no sabe que los chiles sólo se comen en pequeñas cantidades?

Casi sin poder hablar, Nasrudín comento:

--Buen hombre, créeme, yo pensaba que estaba comprando dulces.

Pero Nasrudín seguía comiendo chiles. El paseante dijo:

--Bueno, está bien, pero ahora ya sabes que no son dulces. ¿Por qué sigues comiéndolos?

Entre toses y sollozos, Nasrudín dijo:

--Ya que he invertido en ellos mi dinero, no los voy a tirar.

Moraleja: Toma lo mejor para tu evolución interior y arroja lo innecesario o pernicioso, aunque hayas invertido años en ello

lunes, 15 de febrero de 2010

Compartir

Hay que dar el justo valor a las cosas. Poseer, poseer, poseer... esto es lo que en múltiples ocasiones nos dicta nuestra mente. Nos olvidamos del bello acto de compartir lo que tenemos, de ser felices a través de la felicidad de los que nos rodean... y la mente sigue: poseer, poseer, poseer... es mío, es mío, es mío...

"A una estación de trenes llega una tarde, una señora muy elegante. En la ventanilla le informan que el tren está retrasado y que tardará aproximadamente una hora en llegar a la estación.
Un poco fastidiada, la señora va al puesto de diarios y compra una revista, luego pasa al kiosco y compra un paquete de galletitas y una lata de gaseosa.

Preparada para la forzosa espera, se sienta en uno de los largos bancos del andén. Mientras hojea la revista, un joven se sienta a su lado y comienza a leer un diario. Imprevistamente la señora ve, por el rabillo del ojo, cómo el muchacho, sin decir una palabra, estira la mano, agarra el paquete de galletitas, lo abre y después de sacar una comienza a comérsela despreocupadamente.

La mujer está indignada. No está dispuesta a ser grosera, pero tampoco a hacer de cuenta que nada ha pasado; así que, con gesto ampuloso, toma el paquete y saca una galletita que exhibe frente al joven y se la come mirándolo fijamente.

Por toda respuesta, el joven sonríe... y toma otra galletita.
La señora gime un poco, toma una nueva galletita y, con ostensibles señales de fastidio, se la come sosteniendo otra vez la mirada en el muchacho.
El diálogo de miradas y sonrisas continúa entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada, el muchacho cada vez más divertido.
Finalmente, la señora se da cuenta de que en el paquete queda sólo la última galletita. " No podrá ser tan caradura", piensa, y se queda como congelada mirando alternativamente al joven y a las galletitas.
Con calma, el muchacho alarga la mano, toma la última galletita y, con mucha suavidad, la corta exactamente por la mitad. Con su sonrisa más amorosa le ofrece media a la señora.

- ¡Gracias! - dice la mujer tomando con rudeza la media galletita.
- De nada - contesta el joven sonriendo angelical mientras come su mitad.
El tren llega.
Furiosa, la señora se levanta con sus cosas y sube al tren. Al arrancar, desde el vagón ve al muchacho todavía sentado en el banco del andén y piensa: " Insolente".
Siente la boca reseca de ira. Abre la cartera para sacar la lata de gaseosa y se sorprende al encontrar, cerrado, su paquete de galletitas... ¡Intacto!

(Jorge Bucay)

Cuidado con las mentes ciegas de avaricia, codicia, insolidaridad... nos llevan por caminos deshumanizados.

domingo, 14 de febrero de 2010

El rencor


La vida es un cumulo de circunstancias y experiencias. Muchas de ellas buenas, otras no tanto y algunas malas o muy malas. La mente actual tiene una terrible tendencia a tomar en consideración solamente lo negativo. Nos olvidamos de aquellas cosas que tenemos, que son buenas y que solo valoramos cuando las perdemos: la salud, la amistad, el hogar, el poder practicar tu hobby preferido...
Nos pasamos el día pensando en un mal gesto del vecino, una mala palabra del compañero, una mirada desafiante de la pareja... y permanecemos todo el día pensando en ello. Y cada vez que repetimos el pensamiento, subimos un grado el enojo, la tensión, la ansiedad... Hemos perdido la capacidad de perdonar. No sabemos dejar lo desagradable atrás y valorar aquellas cosas buenas que nos da la vida. Es como el pastor al que el lobo de arrebata una de sus 100 ovejas, sale a su caza y olvida las otras 99. Y las pierde.
La persona que no sabe, puede o quiere perdonar y olvidar esta condenada. Esta condenada a cargar el resto de sus días con un pesado lastre: su pasado. O mejor dicho, las cosas desagradables del pasado.
Siempre hemos de aprender de nuestro pasado, de nuestra experiencia... pero no podemos permitir que una circunstancia negativa oculte todo lo bueno que hemos vivido.
A veces, la situación llega a ser tan complicada y tan neurótica, que la persona se convierte en obsesiva... Ve aquello que quiere ver y que no es otra cosa que el reflejo de la experiencia negativa... y la mente comienza a dar vueltas y vueltas... y la persona se convence...y no puede liberarse del pensamiento... y la persona se pierde... y pierde su presente y su futuro.
No hay mayor maldición que no tener capacidad de perdón y olvido. Esa persona esta condenada a permanecer el resto de su vida repitiendo y repitiendo sus recuerdos desagradables. Como un bucle eterno.
A corto o medio plazo estas personas están condenadas a la soledad, pues su visión de la existencia es triste y negativa. Nadie quiere esta con ellas, pues solo transmiten oscuridad y victimismo.
Como tuve una mala experiencia en el trabajo anterior, en este seguro que me va a ocurrir igual... siempre van contra mi... la gente me envidia y odia... yo y solo yo soy lo valido. Y como la persona espera encontrar esto... porque no ha podido olvidar la experiencia anterior... acaba propiciándolo. Y su mente le hace ver que la escena se vuelve a repetir... una y otro vez...
Seamos conscientes de lo que tenemos. Aprendamos de los errores y vivencias, ya sean buenos o malos, pero soltemos nuestros lastres... no nos aferremos a la oscuridad del rencor y el odio... caminemos hacia el presente y futuro. No merece la pena pasar nuestra fugaz vida pensando en lo que me dijo o me hizo alguien. Ya aprendí, pero sin rencor.
Perdona y crece.

viernes, 12 de febrero de 2010

Padres e hijos

Erase una vez un anciano que había perdido a su esposa y vivía solo. Había trabajado duramente como sastre toda su vida, pero los infortunios lo habían dejado en bancarrota, y ahora era tan viejo que ya no podía trabajar.

Las manos le temblaban tanto que no podía enhebrar una aguja, y la visión se le había enturbiado demasiado para hacer una costura recta. Tenía tres hijos varones, pero los tres habían crecido y se habían casado, y estaban tan ocupados con su propia vida que sólo tenían tiempo para cenar con su padre una vez por semana.

El anciano estaba cada vez más débil, y los hijos lo visitaban cada vez menos.
— No quieren estar conmigo ahora -se decía- porque tienen miedo de que yo me convierta en una carga.
Se pasó una noche en vela pensando qué sería de él y al fin trazó un plan.

A la mañana siguiente fue a ver a su amigo el carpintero y le pidió que le fabricara un cofre grande. Luego fue a ver a su amigo el cerrajero y le pidió que le diera un cerrojo viejo. Por último fue a ver a su amigo el vidriero y le pidió todos los fragmentos de vidrio roto que tuviera.

El anciano se llevó el cofre a casa, lo llenó hasta el tope de vidrios rotos, le echó llave y lo puso bajo la mesa de la cocina. Cuando sus hijos fueron a cenar, lo tocaron con los pies.
— ¿Qué hay en ese cofre? preguntaron, mirando bajo la mesa.
— Oh, nada -respondió el anciano-, sólo algunas cosillas que he ahorrado.

Sus hijos lo empujaron y vieron que era muy pesado. Lo patearon y oyeron un tintineo.
— Debe estar lleno con el oro que ahorró a lo largo de los años -susurraron.

Deliberaron y comprendieron que debían custodiar el tesoro. Decidieron turnarse para vivir con el viejo, y así podrían cuidar también de él. La primera semana el hijo menor se mudó a la casa del padre, y lo cuidó y le cocinó. A la semana siguiente lo reemplazó el segundo hijo, y la semana siguiente acudió el mayor. Así siguieron por un tiempo.

Al fin el anciano padre enfermó y falleció. Los hijos le hicieron un bonito funeral, pues sabían que una fortuna los aguardaba bajo la mesa de la cocina, y podían costearse un gasto grande con el viejo. Cuando terminó la ceremonia, buscaron en toda la casa hasta encontrar la llave, y abrieron el cofre. Por cierto, lo encontraron lleno de vidrios rotos.
— ¿Qué triquiñuela infame! -exclamó el hijo mayor-. ¡Qué crueldad hacia sus hijos!
— Pero, ¿qué podía hacer? -preguntó tristemente el segundo hijo-. Seamos francos. De no haber sido por el cofre, lo habríamos descuidado hasta el final de sus días.

— Estoy avergonzado de mí mismo -sollozó el hijo menor-. Obligamos a nuestro padre a rebajarse al engaño, porque no observamos el mandamiento que él nos enseñó cuando éramos pequeños. Pero el hijo mayor volcó el cofre para asegurarse de que no hubiera ningún objeto valioso oculto entre los vidrios. Desparramó los vidrios en el suelo hasta vaciar el cofre.

Los tres hermanos miraron silenciosamente dentro, donde leyeron una inscripción que el padre les había dejado en el fondo: “Honrarás a tu padre y a tu madre”.

jueves, 11 de febrero de 2010

El poder de la amabilidad

El Rey Gervasio era un hombre mayor y se encontraba enfermo. Sufría una penosa y larga enfermedad. Durante todo su reinado, había sido un rey próspero. Su pueblo había vivido feliz, se había autoabastecido, y él había reinado con justicia, equidad y sobre todo con armonía.

Los últimos años no habían sido tan felices para Gervasio y su reino. Enfermo y débil, sus fuerzas flaqueaban y su autoridad también. Sus tierras eran cada vez menos, su pueblo cada vez más pobre y la paz empezaba a desdibujarse en continuas disputas.

Gervasio había vivido toda su vida en el palacio y desde niño sabía por sus antepasados que existía en el sótano un cofre con cuatro llaves muy poderosas que abrían las puertas que uno quisiera. El rey jamás había hecho uso de ellas, dado que, como su reinado había sido muy exitoso, no le había hecho falta pedir nunca nada, ni conquistar otros lugares abriendo nuevas puertas.

Sabiendo que sus tiempos y sus fuerzas se acababan, decidió que era momento de hacer uso de aquellas llaves que durante tanto tiempo habían dormido en un arcón.

Convocó a sus caballeros, los reunió alrededor de una gran mesa tallada en madera y colocó el arcón en el medio de la mesa.

Les explicó que el reino debía buscar nuevos rumbos, detalló las pérdidas sufridas en todos sus años de enfermedad e hizo hincapié en la necesidad de hermanarse con reinos vecinos, y beneficiarse unos a otros.

– Conquistaremos cuanto pueblo encontremos a nuestro paso – Gritó entusiasmado uno de los caballeros llamado Galo.

– No se trata de conquistar a nadie. Se trata de hermanar, de ayudarnos unos a otros, nuestras tierras todavía no están tan deterioradas como para no ofrecerlas para que otros las trabajen también. Debemos unirnos a otros para subsistir ¿Se entiende? – preguntó preocupado Gervasio.

– ¿No someteremos? ¿No dominaremos? – Preguntó Yaco sorprendido.

– Nada de eso, se trata de intentar entrar a cada pueblo por la mejor puerta, por eso he traído estas llaves que jamás han sido usadas. Ellas tienen poderes que ni aún yo termino de conocer. Bien utilizadas, les abrirán todas las puertas, podremos pedir ayuda y ofrecerla y así beneficiarnos todos y salvar al reino de la ruina.

Las llaves eran cuatro, los caballeros también y cuatro los puntos cardinales. El rey abrió el cofre y entregó a cada uno una llave las que, sólo en apariencia, eran iguales.

– Hagan un buen uso de ellas y todos saldremos beneficiados – dijo el rey y se retiró a sus aposentos.

Cada caballero tomó una llave, montó su caballo y se dirigió a un punto cardinal diferente.

En aquellas épocas los pueblos tenían enormes puertas en sus entradas, a las cuales sólo los habitantes o visitantes ilustres accedían.

Si bien había muchos accesos, las puertas en esos tiempos significaban mucho más que ahora. Eran puertas grandes, simbólicas quizás, pero muy respetadas. El flujo comercial del pueblo giraba en torno a esa gran entrada, donde abundaban tiendas, vendedores ambulantes y hasta bufones callejeros.

Galo tomó el rumbo norte con su gran llave en la mochila. Su afán de conquista era tal que no tuvo en cuenta las palabras del rey. Entró a cada uno de los pueblos que se encontraban en esa dirección con la misma actitud, la de conquistar a toda costa y someter al pueblo en cuestión.

Si bien se suponía que la llave abriría cualquier puerta, no fue lo que le ocurrió a Galo. La actitud violenta con la que encaró a cada persona y con la que intentó forzar cada puerta, no tuvo respuesta. No fue bien recibido y ninguna de todas las puertas que forzó se pudo abrir. Entre más gritaba y forcejeaba con cada puerta, menos encajaba la llave. Sumada a la reacción adversa de la gente que no entendía la actitud de Galo, tuvo que retirarse sin haber podido cumplir lo solicitado por Gervasio. Volvió al palacio con una gran sensación de fracaso.

Yaco se dirigió hacia el Este, también montado en su caballo y con la llave entre sus ropajes. Era altanero y prepotente. Creyó que una orden del rey debía cumplirse a como diese lugar, aunque no fuese exactamente como el mismo rey lo había planteado, en forma pacífica.

Tampoco Yaco se daba cuenta que debía pedir ayuda y no exigir sometimiento, que el reino necesitaba colaboración y no generar pánico.

Recorrió todos los pueblos del Este con prepotencia y exigiendo que cada puerta que encontraba se abriese a su paso.

Ninguna de las puertas se abrió. Las golpeó hasta lastimarse las manos y generó temor en cada pueblo que visitó.

No habiendo obtenido absolutamente nada en todo su recorrido, emprendió su vuelta al palacio

– ¡Maldita llave! – gritó furioso y se alejó arrojando la misma por al aire. A su paso, sólo dejó desolación y temor.

Hacia el sur se dirigió Tiago, el iracundo. Galopaba a una velocidad que realmente impresionaba, ávido de conquistar a los pueblos sureños. Tampoco él había entendido que no había sido esa la petición del rey. Entró a cada pueblo como una tromba, tirando a su paso cuánta cosa, animal o persona se le ponía en el camino. Como tampoco de esa manera se le abrió ninguna puerta, comenzó a destrozarlas, aún así nada consiguió. Nadie atendió sus reclamos. Todos huyeron dejándolo sólo con su ira y su fracaso. Así volvió al palacio.

Una llave quedaba, un punto cardinal y un solo hombre: Simón, el pacífico. Simón partió del palacio trotando en forma ágil, pero tranquila en su blanco caballo. Tomó hacia el oeste, también con su llave a cuestas. Sin embargo, apenas piso el primer pueblo, decidió que no usaría la llave, sino que golpearía a sus puertas y entablaría conversación con las personas que allí estuviesen.

Así lo hizo, en cada pueblo donde estuvo, se presentó, relató lo que ocurría en el suyo, pidió ayuda y ofreció las tierras para trabajar.

Su modo era agradable, sencillo, gentil y hasta gracioso. En cada pueblo dejó un amigo y en ninguno hizo falta usar la llave.

Entabló vínculos, confraternizó con cada persona que conoció y obtuvo para su reino toda la ayuda necesaria, pero iría por más.

Tan feliz estaba Simón por su gestión que decidió entonces recorrer los pueblos de los otros tres puntos cardinales y allí pasó lo mismo.

Su sonrisa afable y su amabilidad aumentaron su número de amigos y por ende la ayuda para su reino.

Volvió triunfante y feliz.

Al reunirse los cuatro caballeros con Gervasio para ver los resultados de cada gestión, Galo, Yaco y Tiago se quejaron ante el rey por las inútiles llaves que de nada habían servido, puesto que ninguna había demostrado tener poder alguno.

– Hubiera sido lo mismo ir con una vara de madera – Gritó Galo.

– O con una rama de un árbol vieja y sin hojas – vociferó Yaco.

– O haber ido sin nada, total el mismo hubiera sido el resultado – Dijo por último Tiago.

Simón no habló, pero Gervasio ya sabía lo exitoso que había sido su viaje, no sólo por el pueblo entero, sino porque la ayuda ya empezaba a llegar.

– ¿Por qué nos diste esas llaves haciéndonos creer que podríamos abrir cualquier puerta con ellas? ¿Por qué? – Gritaban los tres caballeros furiosos.

Gervasio, con pocas fuerzas, pero sabiendo que había hecho lo correcto contestó.

– Les anticipé que ni siquiera yo sabía el alcance y poder de cada una de las llaves. Les dije también que debían hacer un buen uso de ellas y buenos serían los resultados. Ninguno de los tres cumplió, salta a la vista.

– Ejercimos el poder que las llaves nos daban, se suponía que con ellas nada nos sería imposible – contestó Tiago.

– Ejercieron un poder equivocado, el del abuso, la violencia y la ira. La prepotencia no es un poder, es una equivocación, un error. Generaron pánico, donde debían generar confianza, crearon enemigos, donde debían nacer amistades. El único que así lo entendió fue Simón.

Simón seguía callado y con la cabeza gacha, mirando su llave que yacía sobre la mesa de madera tallada.

– ¿Cómo te funcionó a ti? – Preguntó Yaco

– No me hizo falta usarla, no fue necesario.

Los caballeros creyeron que se trataba de una broma, entre incrédulos y ofendidos miraban a Gervasio y a Simón esperando una respuesta que los convenciera. Gervasio la tenía.

– Es evidente que la única llave que nos permite acceder a cualquier puerta y por ende a cualquier lugar es la de la gentileza y el buen trato. La educación y las buenas costumbres. La simpatía y el respeto. Simón no exigió, pidió. No gritó, conversó. No invadió, pidió permiso. No violentó, respetó. Esa fue su llave poderosa, esa fue la razón que hizo que todos los pueblos que visitara accedieran a ayudarnos y a que trabajásemos juntos por el bienestar de todos.

No fue fácil para los tres caballeros comprender las palabras del rey, como tampoco es sencillo para muchos de nosotros entender que no hay puerta que no se abra con un gesto de cariño o una sonrisa. Que no hay mayor poder que el amor y el respecto y que tal poder no entiende de cerraduras.