He aquí que un hombre entró en una pollería.
Vio un pollo colgado y, dirigiéndose al pollero, le dijo:
– Tengo esta noche en casa una cena para unos amigos y necesito un pollo.
– ¿Cuánto pesa éste?
El pollero repuso:
– Dos kilos, señor.
El cliente meció ligeramente la cabeza en un gesto dubitativo y dijo:
– Éste no me vale entonces.
– Sin duda, necesito uno más grande.
Era el único pollo que quedaba en la tienda. El resto de los pollos se habían vendido. El pollero, empero, no estaba dispuesto a dejar pasar la ocasión. Cogió el pollo y se retiró a la trastienda, mientras iba explicando al cliente:
– No se preocupe, señor, enseguida le traeré un pollo mayor.
Permaneció unos segundos en la trastienda. Acto seguido apareció con el mismo pollo entre las manos, y dijo:
– Éste es mayor, señor.
– Espero que sea de su agrado.
– ¿Cuánto pesa éste? – preguntó el cliente.
– Tres kilos – contestó el pollero sin dudarlo un instante.
Y entonces el cliente dijo:
– Bueno, me quedo con los dos.
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