El pianista Artur Rubinstein se retrasó para la comida en un importante restaurante de Nueva York. Sus amigos empezaron a preocuparse, pero Rubinstein finalmente apareció, acompañado de una rubia espectacular a la que doblaba la edad.
Aunque conocido por su tacañería, esa tarde pidió los platos más caros, y los vinos más raros y sofisticados. Al final, pagó la cuenta con una sonrisa en los labios.
—Sé que debe de extrañaros —dijo Rubinstein—, pero hoy fui al abogado a hacer mi testamento. Le dejé una buena cantidad a mi hija, a mis parientes, hice generosas donaciones a obras de caridad. De repente, me di cuenta de que yo no estaba incluido en mi testamento: ¡todo era para los demás!
»A partir de ese momento decidí tratarme con más generosidad».
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