Hubo una vez hace muchos años, un país que acababa de pasar una guerra muy dura.
Los soldados de un ejército invadieron
un pueblito, aposentándose allí; y como sus habitantes se negaban a
darles alimento, los soldados un día proclamaron que iban a hacer una
sopa de piedras.
¿¡Una sopa de piedras!? –exclamó sorprendido el pueblo-. El anuncio causó conmoción.
Los soldados, sin preocuparse por lo que
allí se decía, cogieron una marmita y unas cuantas piedras; las lavaron
y las echaron al recipiente que pusieron sobre un fuego, añadiendo un
poco de agua.
El agua comenzó a hervir. “¿Podemos
probar la sopa?”, preguntaron impacientes alguno de los lugareños que
allí se encontraba. “¡Calma, calma!” dijo uno de los soldados, la probó y
dijo: “Mmmm…¡qué buena, pero le falta un poco de sal!”, a lo que
respondió el hombre del pueblo que deseaba probar aquella especie de
guiso “En mi casa tengo un hueso de jamón”, y salió corriendo por el.
Trajo el hueso y lo echaron a la olla.
Al poco tiempo otro soldado volvió a
probar la sopa y dijo: “Mmmm… ¡Qué rica!, pero le falta un poco de
tomate”. Entonces uno de los chicos fue a buscar unos tomates y los
trajo enseguida. Y así sucesivamente varios de los lugareños fueron
trayendo cosas: patatas, zanahorias, coliflor… La olla se llenó. Los
soldados removieron una y otra vez la sopa hasta que de nuevo la
probaron y alguno exclamó: Mmmm… ¡¡¡Es la mejor sopa de piedras que he
hecho en toda mi vida!!!
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