Relax

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lunes, 5 de diciembre de 2011

CAMBIOS





Los cambios siempre deben iniciarse en nuestro interior. Si conseguimos cambiar nuestra forma de ver el mundo, el mundo cambiara.

En relación con esta reflexión encontré un bonito cuento y contiene una bella lección....


Don Ramiro era un fabricante de muñecos. Desde pequeño le había gustado fabricar todo tipo de muñecos en diferentes materiales. Era un hombre muy hábil, pero muy egoísta, por esa razón no tenía amigos. No había querido casarse y aún menos tener hijos. Para él, siempre estaban primero sus necesidades que las de cualquier otra persona. Era avaro con sus empleados y no conocía la caridad.

No era un hombre querido, pero eso jamás le había importado. Desde joven, había vivido en la más absoluta soledad. Ya anciano, con el peso de los años y la soledad sobre sus espaldas, empezó a preguntarse por qué había llegado a esa edad con la única compañía de sus inanimados muñecos.

Pasaba el día pensando en qué era lo que había hecho mal, pero su mente acostumbrada a pensar primero en él, no le permitía darse cuenta que una vida de egoísmo se paga con la soledad más absoluta.

Una noche, el anciano estaba trabajando en lo que llamaba su “obra maestra”, un gran muñeco de madera a escala natural que, en rigor de verdad, mucho se le parecía.

El muñeco tenía un gesto adusto, una expresión poco simpática. Daba la impresión que estaba hecho para ahuyentar a los niños y no atraerlos.

Cansado de trabajar, se quedó dormido sobre el muñeco.

– Esta es mi oportunidad – Dijo su angelito de la guarda, que dicho sea de paso, tenía las alitas caídas por la tristeza de no haber podido cambiar el destino del anciano.

El ángel había tratado toda la vida ablandar el corazón de Don Ramiro, pero le había sido imposible. Parecía que el anciano poseía una fría roca, en lugar de un tibio corazón.

Viendo que el hombre estaba profundamente dormido y sin siquiera tocarlo, levantó al gran muñeco de madera y le dijo:

– Tu me vas a ayudar.

El angelito despertó al anciano, le guiñó un ojo y lo saludó afectuosamente.

Don Ramiro, no salía de su asombro. Supuso que estaba soñando, pero cuando el pícaro ángel le tiró de la oreja, se dio cuenta que lo que ocurría era real.

– ¡Mira que me has dado trabajo hombre! – Exclamó el ángel.

– ¡No puede ser, es imposible! – Exclamó el hombre.

– ¿Qué es lo que no puede ser? ¿Que tu ángel te de un tirón de orejas? Se que no es común, pero no me has dejado otra opción ¡Toda la vida tratando de ablandar esa roca que tienes por corazón!

– No entiendo, no entiendo – Decía Don Ramiro tomándose la cabeza y caminando hacia atrás.

– ¿Qué es lo que no entiendes? ¿Qué te haya tirado de la oreja o cómo llegaste a este punto tan triste de tu vida? Lo primero ya te lo expliqué, eres duro de entendederas. Ahora te explicaré lo realmente importante, siéntate.

El ángel intentó tomar la mano al anciano, quien la retiró como si hubiese tocado una brasa caliente.

– Yo puedo solo – Dijo molesto y se sentó dispuesto a escuchar, pero no de muy buena gana.

– Será mejor que te explique de modo que puedas entender.

Tomó la “obra maestra” que Don Ramiro estaba fabricando y dijo:

– Haremos de cuenta que éste eres tu. Cada parte de este muñeco te pertenece. Está armado como si fueses tu mismo y cobra vida. Veremos cómo se comporta.

– ¿Cómo pretendes que se comporte? No es más que un muñeco – Dijo enojado Don Ramiro.

– Veo que seguimos sin entender. Ya no es un muñeco, eres tu mismo y a través de él, voy a mostrarse qué te llevó a estar en la más absoluta soledad – Replicó el angelito.

El muñeco comenzó a moverse toscamente. Se parecía bastante al anciano en sus rasgos, pero sobre todo en su mirada: fría y hostil. Dio vuelta su cabeza de madera de un lado hacia el otro, mirando a los otros muñecos y se detuvo en Don Ramiro, quien no salía de su estupor.

Emocionado, por primera vez en su vida, el anciano quiso tomar la fría mano del muñeco, pero éste la retiró del mismo modo que él lo había hecho con el ángel momentos atrás.

El muñeco era su obra maestra, casi ese hijo que no había querido tener ¿cómo era posible entonces que se negara a tomar su mano?

Intentó acariciarle el cabello hecho con lana oscura y una vez más sintió el rechazo de su criatura.

– Es evidente que no quiere relacionarse contigo – Dijo el angelito – Déjalo, a ver si lo quiere hacer con todos los otros muñecos que tienes aquí.

El ángel movió su mano y el muñeco giró su cabeza mirando hacia las estanterías repletas. Lejos de caminar hacia sus iguales, se alejó a un rincón del taller y ahí se quedó sólo. Se apoyó contra la pared y fue cayendo hasta quedar sentado.

– Esta visto que está hecho a tu imagen y semejanza, no quiere relacionarse con nadie y terminará como tu, sólo y sin ser amado.

El anciano caminó hasta el rincón y una vez más lo quiso tomar de la mano para ayudarlo a levantarse.

– Yo puedo solo – Dijo el muñeco y se levantó por las suyas.

– No se a quién me recuerda – Dijo con cierta picardía el angelito – ¿Te das cuenta que actúa igual que tu? No quiere estar con nadie, no quiere que nadie lo toque. Terminará sus días solo, como tu lo estás y lo seguirás estando si no cambias de una buena vez.

– ¿Eso hice yo con el muñeco más hermoso de todos los que fabriqué? – Preguntó en voz alta y con lágrimas en los ojos el anciano.

– No – respondió el ángel muy serio esta vez – Eso hiciste contigo y con tu vida, que es mucho peor.

– ¿Puedes darle otro destino? No quiero que mi muñeco sea lo que es – Sollozó Don Ramiro,

– Imposible. Yo protejo hombres, no muñecos. Si hasta ahora no he podido cambiarte a ti, mal podría cambiar a esta criatura de madera. Aunque, a decir verdad, tu corazón es tan duro que tal vez sea más fácil cambiar el de este muñeco que el tuyo.

– Hazlo entonces, no quiero que sufra – Pidió el anciano.

– Imposible – Volvió a contestar el angelito- Hazlo tu, ya te dije, yo me encargo de ustedes los hombres y los hombres de sus criaturas y sus vidas. Empieza por cambiarle esa fea expresión que tiene. Nadie querrá comprarlo, los niños llorarán al verlo.

Y prosiguió:

– Imagina si tu sufres por la soledad de un muñeco de madera, cuánto más he sufrido yo por tu aislamiento y egoísmo. Creo que empiezas a entender. Te dejo para que puedas pensar, pero no te dejo solo, aunque tampoco me quieras a mi, yo siempre estaré contigo.

Dicho esto el ángel se esfumó.

El anciano quedó mirando al muñeco cuya efímera vida se esfumó, solo en su taller, como siempre había querido estar, rodeado nada más que de seres de madera, tela o cartón.

El haber visto reflejada la soledad en su criatura más amada y las palabras del ángel, lo hizo reflexionar sobre su propia vida.

Lo primero que hizo fue cambiar la expresión del muñeco, lo hizo sonriente y afable. Lo colocó en la vidriera y se quedó viendo cómo lo miraba la gente que pasaba. La reacción era diferente. Tomó entonces, todos y cada uno de los muñecos y les cambió la expresión a todos. Colocó los más que pudo también en la vidriera y vio, que la gente se acercaba aún más.

Decidió pararse en la puerta del comercio a ver qué pasaba.

Se detuvo una señora con su pequeño, quien miraba con gran entusiasmo los sonrientes muñecos, ahora mucho más atractivos. En un momento, el niño levantó su mirada y al ver el adusto gesto del anciano, rompió en llanto y se escondió en las polleras de su madre.

Don Ramiro se dio cuenta que no era suficiente con cambiar la expresión de los muñecos, debía cambiar él en primera instancia para revertir su soledad.

Y así lo hizo, remodeló su comercio, pinto caras alegres y por sobre todo se dibujó una sonrisa en su rostro y en su alma. Poco a poco la gente fue conociendo a otro Ramiro y lo empezó a querer.

El anciano jamás terminaría de agradecer a su angelito el bien que le había hecho. Un angelito que, dicho sea de paso, ahora tenía sus alitas bien erguidas y orgullosas.

(de Liana Castello)

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