Relax

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domingo, 31 de julio de 2011

ENCONTRARSE A SI MISMO





Hace mucho tiempo había un joven comerciante llamado Kirzai, cuyos negocios lo obligaron a viajar un día al pueblo de Tchigan, situado a doscientos kilómetros de distancia. Por lo común, el habría tomado la ruta que seguía el borde de las montañas, lo que le habría permitido hacer la mayor parte del viaje protegido del sol.

Pero en esta ocasión, Kirzai sufría la presión del tiempo. Era urgente que llegara a Tchigan lo más pronto posible, de modo que decidió tomar el camino directo a través del desierto de Sry Darya. El desierto de Sry Darya es conocido por la intensidad de su sol y muy pocos se atreven a correr el riesgo de cruzarlo. No obstante, Kirzai dio de beber a su camello, llenó sus alforjas y emprendió el viaje.

Varias horas después de partir empezó a levantarse el viento del desierto. Kirzai refunfuñó para sus adentros y apuró el paso del camello. De repente se detuvo, estupefacto. A unos cien metros delante de él se levanto un gigantesco remolino de viento. Kirzai nunca había visto nada semejante. El remolino arrojaba todo en derredor una extraña luz purpúrea y hasta el color de la arena había cambiado. Kirzai titubeó. ¿Debía hacer un largo rodeo a fin de evitar esa extraña aparición o debía seguir siempre derecho? Kirzai tenía mucha prisa, sentía que no disponía de tiempo para tomar el camino más lento, de modo que agachó la cabeza, encorvó los hombros y avanzó.

Para su sorpresa, en el momento en que penetró en la tormenta todo se volvió mucho más calmo. El viento no azotaba ya con tanta fuerza contra su cara. Se sintió contento de haber tomado la decisión correcta. Pero, de pronto, se vio obligado a detenerse otra vez. Un poco más adelante, un hombre yacía estirado sobre el suelo junto a su camello acuclillado. Kirzai desmontó de inmediato para ver que pasaba. La cabeza del hombre estaba envuelta en una chalina, pero Kirzai vio que era viejo. El hombre abrió los ojos, miró con atención a Kirzai durante un instante y después habló con un susurro ronco.

- "¿Eres... tú?". Kirzai rió y sacudió la cabeza.

- "¿Qué? ¡No me digas que sabes quien soy! ¿Mi fama se ha extendido hasta el desierto de Sry Darya? Pero tú, anciano, ¿quién eres?". El hombre no dijo nada. "De todos modos", continuó Kirzai , "tú no estas bien... ¿adónde vas?"

- "A Givah", suspiró el viejo, "pero no tengo más agua."

Kirzai reflexionó. Sin duda podía compartir un poco de su agua con el anciano, pero si lo hacia se arriesgaba a quedarse sin agua él mismo. Sin embargo, no podía dejarlo así. No se puede dejar morir a un hombre sin echar una mirada atrás.

- "Al diablo con mis planes", pensó Kirzai, "sólo necesito encontrar mi camino hasta el sendero que corre a lo largo de las montañas, en caso de necesitar más agua. ¡Una vida humana vale mucho más que un compromiso de negocios!". Ayudó al viejo a tomar un poco de agua, llenó una de sus cantimploras y después lo ayudó a montar su camello.

- "Sigue derecho por ese camino", le recomendó mientras apuntaba con el dedo, "y en dos horas estarás en Givah."

El anciano hizo una señal de agradecimiento con las manos y antes de irse miró un largo rato a Kirzai y pronunció estas extrañas palabras:

- "Algún día el desierto te recompensará." Entonces acicateó a su camello en la dirección que Kirzai le había indicado. Kirzai continuó su viaje. La oportunidad que lo esperaba en Tchigan sin duda estaba perdida, pero se sentía en paz consigo mismo.

Pasó el tiempo. Treinta años después, los negocios llevan a viajar a Kirzai de continuo de una parte a otra entre Givah y Tchigan. No se había hecho rico, pero lo que ganaba era suficiente para proporcionar una buena vida a su familia. Kirzai no pedía mas que eso.

Un día, mientras vendía cueros en la plaza del mercado de Tchigan, se enteró de que su hijo estaba enfermo de gravedad. Era urgente que fuera a verlo de inmediato. Kirzai no vaciló. Recordó el atajo a través del desierto que había tomado treinta años atrás. Dio agua a su camello, llenó sus cantimploras y partió.

A lo largo del camino libró una batalla contra el tiempo, azuzando sin cesar a su camello. No se detuvo ni disminuyó la marcha mientras bebía agua, y por esas razón ocurrió el accidente. La cantimplora se le cayó de pronto de las manos y antes que pudiera bajarse para recuperarla, el agua desapareció en la arena. Kirzai profirió una maldición. Con una sola cantimplora llena era imposible cruzar el desierto. Pero al pensar en su hijo, el viejo se obligó a seguir adelante.

- "¡Tengo que hacerlo!¡Lo haré!"

El sol del desierto de Sry Darya es despiadado. Le importa poco por qué o para qué fines un hombre trata de desafiar sus rayos, arde inexorablemente siempre con la misma fuerza e intensidad. Kirzai pronto comprendió que había cometido un gran error. Se le resecó la lengua y la piel le quemaba. La única cantimplora restante ya estaba vacía. Y ahora, para su desazón, vio que empezaba una tormenta de arena. Kirzai se envolvió la cabeza con su chalina, cerro los ojos y dejó que el camello lo llevara adelante a donde fuera. Ya no era consciente de nada. Un gigantesco remolino de viento se levantó frente a él. Despedía una suave luz purpúrea, pero Kirzai seguía inconsciente y no vio nada. Su camello entró en el remolino de viento, avanzó unos pocos pasos y entonces, en forma abrupta, se sentó. Kirzai cayo al suelo.

- "Estoy terminado", pensó. "¡Mi hijo nunca volverá a verme!"

De repente, sin embargo, dio un grito de alegría. Un hombre montado en un camello avanzaba hacia él. Pero cuanto más se acercaba el hombre, tanto más la alegría de Kirzai se convertía en estupefacción. Este hombre que ahora desmontaba de su camello .... ¡Kirzai lo conocía! Reconoció su propio rostro juvenil, sus ropas .... ¡y hasta el camello que montaba! Un camello que él mismo había comprado por dos valiosos jarrones muchos años antes.

Kirzai estaba seguro: ¡el joven que venia a ayudarlo era él mismo!¡Era el mismo Kirzai tal como era treinta años antes !

- "¿Eres .... tú?", balbuceó Kirzai con un susurro ronco.

- "¿Qué? ¡No me digas que sabes quien soy! ¿Mi fama se ha extendido hasta el desierto de Sry Darya? Pero tú, anciano, ¿quién eres?".

Kirzai no contestó. No sabia que hacer. ¿Debía decirle al joven quien era, o no decir nada?

"De todos modos, tú no estas bien... ¿adónde vas?"

- "A Givah", respondió Kirzai. "Pero no tengo mas agua."

Kirzai vio que el joven reflexionaba en silencio acerca de la situación y supo con exactitud lo que pasaba por su mente... ¿Debía ayudar a Kirzai o continuar para atender sus propios asuntos? Pero Kirzai también supo cual seria la decisión y sonrió al observar que el joven le ofrecía un trago de agua. Después, el joven le lleno la cantimplora vacía, lo ayudó a montar su camello y apuntó con un dedo.

- "Sigue derecho por ese camino y en dos horas estarás en Givah."

El viejo Kirzai miro un largo rato al joven que alguna vez había sido él mismo y le hizo una señal de agradecimiento. Hubiera deseado hablar con él de muchas cosas, pero solo logro encontrar estas palabras:

- "Algún día el desierto te recompensará."

Y entonces partió de prisa hacia Givah, donde lo esperaba su hijo. Kirzai llego a ser un hombre sabio, respetado por todos. Y cuando contaba este extraño cuento, todos los que lo escuchaban le creían.

Desde aquellos tiempos, el desierto de Sry Darya ha sido conocido con el nombre de Samavstrecha, que quiere decir:

El desierto donde Uno se encuentra a Sí Mismo.

viernes, 29 de julio de 2011

DECIR NO...

“Un mono muy bondadoso abría su corazón a todos los animales. Era cordial, amable y compasivo. Un día conoció a una tortuga macho. Tortuga y mono pasaban horas conversando sobre temas muy diversos, compartían sobre filosofía, arte y
espiritualidad. Pasaban muchas horas juntos. Pero la tortuga estaba casada…
La tortuga hembra pidió explicaciones a su marido por pasar tantas horas fuera
de casa y este, le contó sobre su amigo el mono. Se sintió molesta, celosa e ideo un plan perverso que puso en acción.
Una noche le dijo a su esposo: “He adquirido una rara enfermedad y el medico me dijo que puedo morir si no me alimento con hígado de mono. Habla con ese compasivo amigo tuyo, no dudara en darnos su hígado para que la esposa de su amigo viva”. La tortuga fue hablar con su amigo y le mintió diciendo: Mono, mi esposa quiere conocerte, ven a comer a nuestra casa.
Pero, la tortuga no pudo resistir su conciencia y le contó la verdadera intención de despojarlo de su hígado.
El mono le dijo: Te compadezco amigo, tu mujer es perversa y eres un tonto al vivir con ella. Hasta aquí llego nuestra amistad, mientras ella te manipule y no aprendas a decir “NO” vive tu pesadilla y no vuelvas por aquí.”
Cuando hemos vivido gran parte de nuestra vida, consintiendo y complaciendo a los demás… nos es más difícil cambiar de actitud y lograr que “ellos” estén de acuerdo con nuestra transformación. Pero, si en verdad aprecian lo que hemos hecho por ellos y nos quieren realmente, pronto comprenderán y aceptaran nuestra necesidad de poner algunos limites, para salvaguardar nuestra autonomía, identidad, estima y derecho a la libertad esencial.
Decir siempre que “SI” a lo que nos piden o quieren los demás, sobre todo a nuestros seres queridos, pareciera que nos libera de tener que tomar decisiones y nos gana en algunos casos cierta aprobación y compañía. Pero, pagando un costo altísimo en perdida de independencia, estima, energía y balance emocional.
Todos sabemos decir la palabra “NO” pero, ¿Cuántas veces? después de analizar la invitación o la petición que nos hicieron, decidimos que no aceptaremos y al momento de expresarlo, nos escuchamos decir: “Esta bien, no te preocupes, lo haré”, … para unos minutos después sentirnos frustrados y victimas del abuso de la otra persona, que una vez mas ignora nuestro cansancio, los compromisos que tenemos o nuestro derecho a usar libremente nuestro tiempo… Pero, ¿serán ellos realmente los causantes de nuestro malestar?
Muchas veces, detrás de la incapacidad a decir “No”, se esconde una gran inseguridad, temor a los conflictos, la búsqueda de aprobación y cariño, la necesidad de ser aceptados en el grupo o una valoración de los demás por encima de nosotros mismos.
En gran parte, este conflicto viene de la infancia, la falta de reconocimiento y cariño, la competencia entre hermanos, el ejemplo de una madre complaciente o
sacrificada por otros, pudieran ser algunas de las causas de esta actitud aprendida. De aquí, surge el empeño por caer bien, el miedo a no cumplir con las expectativas de los demás, a no dar la talla, y la idea errónea de que sólo sacrificando nuestras necesidades conseguiremos la valoración por parte de los demás.
A muchas personas les cuesta reconocer sus propias necesidades y establecer ciertos límites en relación con otros. Quedando en algunos casos, atrapados en el afán de complacer y adaptarse a los demás, lo que los aleja de sí mismos, dificulta sus relaciones sociales, y los deja más vulnerables al abuso.
Podemos cambiar esta actitud por otra que nos permita abrir y cerrar las puertas de nuestra vida afectiva a voluntad.

HERRAMIENTAS PARA PODER DECIR “NO”

Se conciente de lo que haces. Aprende a no dejarte llevar por los demás a la
hora de tomar decisiones, entiende que tus puntos de vista y opiniones, son tan valiosas como las de los demás. Atrévete a defender tus ideas y siéntete capaz de poner límites a quienes pretenden abusar de ti. ¡El esfuerzo merece la pena!

Conócete a ti mismo.

Es importante hacerte algunas preguntas que puedan ayudarte a comprender porque te cuesta tanto decir que “No”. ¿Qué es lo que más temo al dar una negativa?

¿Con qué personas o en que situaciones me resulta más difícil decirlo? Estoy segura que al responderlas descubrirás algún recuerdo que te permita resolverlo y superarlo.

Exprésate con claridad.

Al hacerlo, reconoce la necesidad y los sentimientos de la otra persona. Explica la razón por la que das una negativa. No tienes que ser agresivo al momento de expresarte, usa palabras amables pero se firme al mismo tiempo. Si es importante para ti, ofrécele alternativas teniendo en cuenta su necesidad.

martes, 26 de julio de 2011

CONTRADICCION




En ocasiones a la hora de defender nuestras ideas fluctuamos de forma inconsciente. Por momentos defendemos un argumento y al cabo de un rato estamos batiéndonos por una idea totalmente incompatible con la primera. En definitiva entramos en contradicción.

La contradicción suele ser síntoma de un posicionamiento poco elaborado y tomado según el interés del momento.

En China el término «contradicción» se traduce literalmente como «La lanza y el escudo», porque hay una graciosa historia sobre esta paradoja.

Un vendedor de lanzas y escudos vociferaba en el mercado pregonando sus mercancías:

—¡Miren qué lanzas traigo! Resistentes y afiladas como ninguna arma. No hay nada que aguante su inigualable filo. ¡Menudas lanzas son éstas!

Algunos curiosos se detenían frente a su puesto para observar las lanzas. Al cabo de un rato, el vendedor volvía a pregonar, y ahora el género que alababa era el escudo.

¡Vamos a ver! ¡Qué resistentes son mis escudos! Tan fuertes como una fortaleza. ¡Defensa segura, infalible! ¡No hay nada que los pueda perforar!

Uno de los curiosos se puso a reír y propuso al vendedor:

Entonces, ¿qué sucedería si cogiera usted sus lanzas para atacar a su escudo?

El vendedor se quedó con la palabra en la boca sin saber qué contestar.

Como dicen los grandes maestros, es difícil servir a dos amos a la vez.

Con todo ello no quiero decir ni mucho menos que una vez que se toma una posición, que se adopta una idea, esta sea inmutable para siempre... todo lo contrario... en determinado momentos de la vida hay que decantarse por los escudos y después que lleguemos a la conclusión de que las lanzas son lo mejor. Se debe evolucionar y triste seria que tuviéramos las mismas opiniones con 20 y con 50 años... habríamos desperdiciado 30 años de aprendizaje... Lo que si debemos evitar es el caos de mantener posiciones contradictorias entre ellas y encima quererlas justificar tanto hacia el interior como al exterior... esto solo conduce a la confusión y al caos mental.