Relax

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viernes, 6 de abril de 2012

SER FELIZ



Desesperado, el discípulo le dijo al maestro:
— Necesito que alguien me ayude o voy a volverme loco. Vivo en una pequeña habitación con mi mujer, mis hijos y mis parientes, de manera que tenemos los nervios a punto de estallar y no dejamos de gritarnos y de increparnos los unos a los otros. Aquello es un verdadero infierno.
— ¿Me prometes que harás lo que yo te ordene? — le dijo el maestro con toda seriedad.
— ¡Te juro que lo haré!
— Perfectamente. ¿Cuántos animales tienes?
— Una vaca, una cabra, seis gallinas….. y alguno más.
— Mételos a todos en la habitación y vuelve dentro de una semana.
El discípulo se horrorizó, pero había prometido obedecer. De modo que lo hizo y regresó al cabo de una semana quejándose desconsoladamente:
— ¡Vengo hecho un manojo de nervios! ¡Qué suciedad, qué peste, qué ruido! ¡Estamos todos a punto de volvernos locos!
— Mete ahora el perro y el caballo y vuelve dentro de una semana.
Cuando el hombre regresó, ya no podía más. Su situación era insoportable.
— Ahora vuelve — dijo el maestro —, y saca a todos los animales afuera.
El hombre se marchó a su casa corriendo y regresó al día siguiente radiante de alegría:
— ¡Qué felicidad! Han salido todos los animales y aquello es ahora el paraíso. ¡Qué tranquilidad, qué limpieza, qué amplitud!

jueves, 5 de abril de 2012

EL PERRO





Un día un perrito entró en una casa abandonada y en una habitación se encontró con mil perritos que lo observaban fijamente. Vio, con asombro, que todos los cachorros comenzaron a mover la cola, justo en el momento en que él manifestó alegría. Luego ladró festivamente a uno de ellos, y el conjunto de canes le respondió de manera orquestada, idéntica. Todos sonreían y latían como él. Mientras se marchaba pensó que este era un lugar muy agradable, que volvería con frecuencia por allí.
Pasado un tiempo, otro perro callejero entró en la misma habitación, pero sorprendido y asustado empezó a gruñir, al tiempo que otros mil perros hacían lo mismo que él. Después les ladró con fuerza y los otros también hicieron lo mismo de una forma muy ruidosa. Cuando salió del cuarto pensó: “qué lugar más horrible, nunca regresare”
Naturalmente ninguno de los dos canes pudo leer el cartel que había en el exterior de la mansión: “La casa de los mil espejos”
Los rostros que observamos en el mundo son espejos. La vida, al igual que el eco o los espejos, nos devuelve lo que hacemos.

domingo, 1 de abril de 2012

MANOS ATADAS





Érase una vez un hombre que vivía como todos los demás. Un hombre normal. Tenía cualidades positivas y negativas. No era diferente.

Un día, llamaron repentinamente a su puerta, cuando salió se encontró con sus amigos. Eran varios y habían venido juntos. Sus amigos después de mantener una larga y amistosa charla con él, le ataron los pies y las manos para que no pudiera hacer nada malo (pero se olvidaron de decirle que así tampoco podría hacer nada bueno). Y se fueron dejando un guardián a la puerta para que nadie pudiera desatarle.

Al principio se desesperó y trató de romper las ataduras. Cuando se convenció de lo inútil de sus esfuerzos, intentó, poco a poco, acostumbrarse a su nueva situación.

Poco a poco consiguió valerse para seguir subsistiendo con las manos atadas. Inicialmente le costaba hasta quitarse los zapatos. Hubo un día en que consiguió liar y encenderse un cigarrillo, y empezó a olvidarse de que antes tenía las manos libres.

Pasaron muchos años, y el hombre comenzó a acostumbrarse a sus manos atadas. Mientras tanto su guardián le comunicaba, día tras día, las cosas malas que se hacían en el exterior los hombres con las manos libres (pero se le olvidaba decirle las cosas buenas que también hacían los hombres con las manos libres)

Siguieron pasando los años y el hombre llegó a acostumbrarse a sus manos atadas, y cuando, el guardián le señalaba que gracias a aquella noche en que entraron a atarle, él, el hombre de las manos atadas no podía hacer nada malo. ( pero se le olvidaba señalarle que tampoco podía hacer nada bueno).

El hombre comenzó a creer que era mejor vivir con las manos atadas. Además, ¡Estaba tan acostumbrado a las ligaduras...!

Pasaron muchos años, muchísimos años más..., un día sus amigos sorprendieron al guardián, entraron en la casa y rompieron las ligaduras que ataban las manos del hombre.

“¡Ya eres libre!”, le dijeron.

Pero habían llegado demasiado tarde, las manos del hombre estaban totalmente atrofiadas y, aunque así, con las manos libres ya no podía hacer cosas malas, tampoco podría ya hacer cosas buenas.


(P. Ortega)