Relax

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miércoles, 23 de febrero de 2011

LA HORMIGA QUE SE ENAMORO DE LA LUNA



Existió una vez una hormiga que se dispuso a cambiar el mundo. El motivo de esta gran empresa era su amor por la luna. Nunca voy a olvidar esta tarde, ella estaba allí, sentada en la palma de mi mano contándome de su aventura. Lo relataba como si fuese algo tan sencillo como ir y recolectar pedacitos de hojas para su hormiguero. Era una de esas hormigas negras que tan bien conocemos en la Argentina. Aquellas tardes en que íbamos de paseo con mi familia a la Laguna de los Padres en Mar del Plata, las veía pasar al lado mío formando esos caminitos bien marcados a través del pasto. Pero ella fue diferente y aquí cuento su historia.
Era una tarde de primavera por el mes de Noviembre, ella junto con sus compañeros y compañeras (cabe destacar que ella es en realidad él) venían de recolectar hojas las cuales llevaban hacia su hormiguero cuando la vio por primera vez. Era grande, redonda y muy brillante. Se asomaba en el horizonte con un color dorado medio anaranjado intenso. Sin darse cuenta soltó su carga y se quedó hechizado mirándola ascender por el cielo nocturno. Ese fue su primer contacto con ella. Así, noche tras noche la miraba salir del horizonte o aparecer en el cielo en todas sus formas. Esto no pasó inadvertido ante su colonia, todas se burlaban de él y hasta lo trataban de holgazán. Con las lluvias del verano se había formado un pequeño charquito en el suelo y allí mientras la luna se reflejaba la hormiga decía que la tenía solo para él.
Una mañanas y sin previo aviso él desapareció junto con todo su hormiguero. La confusión era enorme y nadie sabía lo que estaba sucediendo. Su contorno cambió totalmente, ahora estaban en una especie de recipiente siendo transportadas quien sabe a dónde. Esto duró varios días, mientras tanto todo era un caos. Nadie podía salir a trabajar y él no podía ver a su preciada luna.
En este momento de la historia, mientras me la contaba, se le llenó los ojos de lágrimas. Nunca creí que un insecto se emocionase. Luego de una pausa continuó su relato.
Tras varios días de encierro, turbulencias y ruidos extraños pudieron ver el exterior. No las habían liberado solamente las habían cambiado de lugar. Sus paredes eran transparentes, había algo de vegetación pero era muy poca. Fuera de su hormiguero veían a personas “flotando” dentro de un espacio reducido. Y por una ventanilla pudieron ver una esfera blanca a la cual se iban acercando. ¡Es la luna!-gritó él enloquecido- ¡es la luna! ¡Nos llevan a la luna!
Otra pausa mas, yo la miraba ya con desconfianza; sentía que me estaba haciendo el cuento. ¿Cuándo una hormiga fue a la luna? Pero la dejé continuar con su historia.
Luego de que la nave aterrizara en el suelo lunar, tomaron el recipiente que llevaba a las hormigas y las dejaron allí. Alrededor de este construyeron una especie de cápsula. Adentro pusieron agua, tierra negra y mucho pasto, algunas plantas y semillas. Luego trasladaron su hormiguero allí dentro y se fueron. Estuvieron en aquel lugar durante muchos días. Era difícil volver a la normalidad, casi no había gravedad por lo tanto era normal ver alguna hormiga flotando por los aires. Pero poco a poco todo se fue normalizando aunque no podían salir de esa cápsula. El suelo lunar era muy tramposo y casi imposible hacer algo en el. Pero esta hormiguita estaba fascinada, corría para todos lados levantando la tierra de la luna a los gritos.
¡La tengo, la tengo, al fin es mía! –gritaba él como loco por todo el hormiguero. Por miedo a que contagiase a otras la reina lo desterró hacia un sector que era totalmente lunar. Esto fue estar en el paraíso para El.
Al cabo de un tiempo volvieron por ellas, las estudiaron durante un tiempo y después regresaron a algunas a su lugar.
El me contó que se escapó porque llamaba mucho la atención de estas personas ya que era la hormiga que más se adaptó a ese lugar.
Lo que pude llegar a decirle es que era una gran historia, aunque dudaba de su veracidad. Pero ella me mostró un pedacito de roca blanca, “esta –me decía el- es un pedacito de la luna. Fueron los días más felices de mi vida, pude ir a visitar a mi gran amor”. Quedé en silencio por unos instantes, obviamente esta hormiga no estaba muy cuerda ya que nadie se enamora de un ser abiótico o sin vida. Pero sí me llamó profundamente la atención en cómo un sueño, un deseo tan loco e inverosímil se pudo hacer realidad. Desde aquella tarde comencé a creer que los míos también se podrían concretar.

martes, 18 de enero de 2011

El REY Y SUS ESPOSAS


Un rey poderoso tenía cuatro esposas. A la primera la amaba mucho, se sentía muy atraído por ella, le daba las mejores atenciones.
A la segunda la quería por su gracia y lucimiento, le proporcionaba muchas horas de su vida.
A la tercera no la apreciaba, sólo la cuidaba lo suficiente.
A la que no quería nada era a la cuarta; la desatendía, la vivía como una carga de su destino real. un día, el rey, ya anciano descubrió conmovido que iba a morir. Entonces se dirigió a su gran amor y le dijo:
- Me parece que dentro de poco moriré. No quiero estar solo en la obra vida ¿Me vas a acompañar?
- No puedo - le respondió la primera de sus esposas -, estoy muy ocupada, debo atender mis propios asuntos.
El rey sufrió una gran decepción y lloró en soledad.Fue a la segunda esposa y le pregunto:
- Me parece que voy a morir y no quiero estar sin compañía. ¿Vas a venir conmigo?
- No puedo, tengo que ir a una reunión - contestó su segunda querida.
Se dirigió a la tercera amada y repitió la segunda anhelante. La respuesta fue inmediata:
- No te puedo acompañar; tengo obligaciones impostergables. Ahora, si es tu deseo, puedo organizarte un cortejo fúnebre imponente.
El rey cayó en una gran depresión. Fue entonces cuando oyó una vocecita tan temblorosa como conocida:
- Yo te voy a acompañar, nunca te abandonaré... - le dijo la cuarta esposa.
La primera consorte representaba su propio cuerpo; él lo cuidaba mucho, pero, una vez muerte, éste seguiría su propio destino. La segunda mujer representaba sus posesiones materiales; ya fallecido, irían a otras manos. La tercera era el poder, la silla, la cátedra que siempre atendió y defendió, pero que inmediatamente iba a tener un sucesor. La cuarta esposa era su propio alma; no la había cuidado nada, aunque, fielmente, ella siempre lo iba a acompañar.

lunes, 10 de enero de 2011

El valor de las cosas





Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?

El maestro, sin mirarlo, le dijo:

-Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después…- y haciendo una pausa agregó: Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.

-E…encantado, maestro -titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.

-Bien-asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho, agregó- toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete ya y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.

El joven tomó el anillo y partió.

Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo.

Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, y rechazó la oferta.

Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado -más de cien personas- y abatido por su fracaso, monto su caballo y regresó.

Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.

Entró en la habitación.

-Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.

-Que importante lo que dijiste, joven amigo -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él, para saberlo?. Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuanto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.

El joven volvió a cabalgar.

El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:

-Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.

-¡¿¿58 monedas??!-exclamó el joven.

-Sí -replicó el joyero- Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé… si la venta es urgente…

El Joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.

-Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?

Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.