Un día del tiempo pasado, en la
antigua China, un ermitaño un poco mago recibió la visita de un amigo de
juventud, llamado Siang-Ju. El santo monje vivía desde hacía muchos
años en el corazón de la montaña profunda, por lo que recibió a su amigo
con efusión y alegría. Le ofreció comida y refugio para la noche.
Al día siguiente le dijo:
— Siang-Ju, en recuerdo de los años de nuestra juventud, quiero hacerte un regalo.
Y apuntando con el dedo a una gran piedra, la transformó en un bloque
de oro puro. En lugar de alegrarse, su amigo conservaba un aire ceñudo.
Ni siquiera le dio las gracias:
—Monje Wei —le dijo—, he hecho un largo viaje para llegar hasta ti en
el corazón de la montaña profunda. ¿Por qué iba a contentarme con un
pequeño bloque de oro puro?
El
ermitaño, deseoso de complacer a su amigo de juventud, apuntó el dedo
hacia un enorme peñasco y lo transformó en un bloque de oro puro.
—Espero que estés satisfecho —dijo riendo— y que tu asno pueda transportarlo.
Pero Siang-Ju no sonreía y conservaba su aspecto ceñudo.
—¿Qué deseas, pues? —preguntó el monje.
Entonces Siang-Ju, su amigo de juventud, sacó el gran cuchillo que llevaba en el cinto.
—Lo que quiero —dijo— es el dedo.