Cuenta una vieja leyenda que un joven, mientras vagaba por el desierto, encontró un manantial de deliciosa agua cristalina.
El agua era tan dulce que llenó su cantimplora decuero a fin de llevarle un poco de ese manantial al anciano de la tribu que otrora había sido su maestro.
Después de una caminata de cuatro días, el joven llega a la tribu y le entrega su cantimplora al anciano quien, tras beber un largo sorbo, sonríe cálidamente a su estudiante, colmándolo de elogios y agradecimientos por ese agua tan dulce.
El joven regresa a su hogar con un corazón rebosante en dicha.
Más tarde, ese mismo día, el anciano permite que uno de sus estudiantes pruebe un poco de agua.
Instantáneamente la escupe, vociferando acerca del pútrido sabor del líquido.
Los hechos indicaban que el agua se había puesto rancia debido a la cantimplora de cuero.
Sin pensarlo dos veces, el estudiante censura a su maestro:
- Maestro, el agua estaba nauseabunda. ¿Por qué has aparentado que te gustaba?
Y el maestro respondió: “Tú sólo saboreaste el agua, sin embargo, yo saboreé el regalo.
El agua no era sino el recipiente de un acto de amor, y nada, nada en este mundo es más dulce que eso”.
El rey era un hombre joven sinceramente preocupado por las cuestiones metafísicas. Aspiraba a conquistar la liberación interior y sabía que lograrla requería muchísima motivación y un enorme esfuerzo. Comenzó a preguntarse si una persona necesitaría más de una liberación y, atormentado por esta cuestión, hizo llamar a su maestro.
–Venerable yogui. Hay una cuestión que me inquieta mucho. Incluso me roba el sueño. Yo sé hasta qué punto hay que esforzarse para hallar la Liberación pero me pregunto: ¿Basta con que una persona se libere una vez o son necesarias más liberaciones?
El yogui sólo repuso:
–Mañana, señor, te lo diré al amanecer.
El monarca ni siquiera pudo conciliar el sueño. Estaba ansioso por recibir la respuesta. Los primeros rayos del sol iluminaron su reino. Se incorporó y comenzó a ataviarse. Recordó que tenía que estar presente en una ejecución que iba a llevarse a cabo. Por haber violado y matado a varias mujeres, un hombre había sido condenado a la horca. El juez había anunciado: “Este hombre cruel y perverso debería ser ahorcado por cada uno de sus crímenes”.
Cuando el rey salió de su cámara, el yogui le estaba esperando.
–Estoy ansioso por conocer tu respuesta -dijo el rey nada más verle.
–La conocerás, señor. Si me permites acompañarte a contemplar la ejecución.
El monarca y el yogui asistieron a la ejecución. El asesino fue ahorcado. Entonces el rey se volvió hacia el yogui y le preguntó:
–¿Cuándo responderás a mi pregunta?
–Ahora mismo, majestad -repuso el yogui-. Ese hombre que acaba de ser ejecutado debería haber sido ahorcado, según el juez, una vez por cada uno de sus crímenes. ¿Podéis acaso ahorcarlo de nuevo?
–Claro que no -afirmó el monarca-. Un hombre ahorcado no puede ser ahorcado de nuevo.
Y el yogui dijo:
–Y un hombre liberado, ¿puede liberarse de nuevo?
*El Maestro dice: Con la Liberación pierdes el ego pero ganas el Todo.
Era una abeja llena de alegría y vitalidad. En cierta ocasión, volando de flor en flor y embriagada por el néctar, se fue alejando imprudentemente de su colmena más de lo aconsejable, y cuando se dio cuenta ya se había hecho de noche. Justo cuando el sol se estaba ocultando, se hallaba ella deleitándose con el dulce néctar de un loto. Al hacerse la oscuridad, el loto se plegó sobre sí mismo y se cerró, quedando la abeja atrapada en su interior. Despreocupada, ésta dijo para sí: “No importa. Pasaré aquí toda la noche y no dejaré de libar este néctar maravilloso. Mañana, en cuanto amanezca, iré en busca de mis familiares y amigos para que vengan también a probar este manjar tan agradable. Seguro que les va a hacer muy felices”.
La noche cayó por completo. Un enorme elefante hambriento pasó por el paraje e iba engullendo todo aquello que se hallaba a su paso. La abeja, ignorante de todo lo que sucediera en el exterior y cómodamente alojada en el interior del loto, seguía libando.
Entonces se dijo: “!Qué néctar tan fantástico, tan dulce, tan delicioso!
¡Esto es maravilloso! No sólo traeré aquí a todos mis familiares, amigos y vecinos para que lo prueben, sino que me dedicaré a fabricar miel y podré venderla y obtener mucho dinero a cambio de ella y adquirir todas las cosas que me gustan en el mundo”. Súbitamente, tembló el suelo a su lado. El elefante engulló el loto y la abeja apenas tuvo tiempo de pensar: “Éste es mi fin. Me muero”.
Sólo existe la seguridad del aquí-ahora. Aplícate al instante, haz lo mejor que puedas en el momento y no divagues